Add parallel Print Page Options

Jesús y Zaqueo

19 Jesús entró en Jericó e iba recorriendo la ciudad. Vivía allí un hombre rico llamado Zaqueo, que era jefe de recaudadores de impuestos y que deseaba conocer a Jesús. Pero era pequeño de estatura, y la gente le impedía verlo. Así que echó a correr y, adelantándose a todos, fue a encaramarse a un sicómoro para poder verlo cuando pasara por allí. Al llegar Jesús a aquel lugar, miró hacia arriba, vio a Zaqueo y le dijo:

— Zaqueo, baja en seguida, porque es preciso que hoy me hospede en tu casa.

Zaqueo bajó a toda prisa, y lleno de alegría recibió en su casa a Jesús. Al ver esto, todos se pusieron a murmurar diciendo:

— Este se aloja en casa de un hombre de mala reputación.

Zaqueo, por su parte, se puso en pie y, dirigiéndose al Señor, dijo:

— Señor, estoy decidido a dar a los pobres la mitad de mis bienes y a devolver cuatro veces más a los que haya defraudado en algo.

Entonces Jesús le dijo:

— Hoy ha llegado la salvación a esta casa, pues también este es descendiente de Abrahán. 10 En efecto, el Hijo del hombre ha venido a buscar y salvar lo que estaba perdido.

Parábola del capital y los intereses (Mt 25,14-30)

11 Estaba la gente escuchando a Jesús y les contó otra parábola, pues se hallaba cerca de Jerusalén y ellos creían que el reino de Dios estaba a punto de manifestarse. 12 Así que les dijo:

— Un hombre de familia noble se fue a un país lejano para recibir la investidura real y regresar después. 13 Antes de partir, llamó a diez criados suyos y a cada uno le entregó una cantidad de dinero, diciéndoles: “Negociad con este dinero en tanto que yo regreso”. 14 Pero como sus conciudadanos lo odiaban, a espaldas suyas enviaron una delegación con este mensaje: “No queremos que ese reine sobre nosotros”. 15 Sin embargo, él recibió la investidura real. A su regreso mandó llamar a los criados a quienes había entregado el dinero, para saber cómo habían negociado con él. 16 Se presentó, pues, el primero de ellos y dijo: “Señor, tu capital ha producido diez veces más”. 17 El rey le contestó: “Está muy bien. Has sido un buen administrador. Y porque has sido fiel en lo poco, yo te encomiendo el gobierno de diez ciudades”. 18 Después se presentó el segundo criado y dijo: “Señor, tu capital ha producido cinco veces más”. 19 También a este le contestó el rey: “Igualmente a ti te encomiendo el gobierno de cinco ciudades”. 20 Pero luego se presentó otro criado, diciendo: “Señor, aquí tienes tu dinero. Lo he guardado bien envuelto en un pañuelo 21 por miedo a ti, pues sé que eres un hombre duro, que pretendes tomar lo que no depositaste y cosechar lo que no sembraste”. 22 El rey le contestó: “Eres un mal administrador, y por tus propias palabras te condeno. Si sabías que yo soy un hombre duro, que pretendo tomar lo que no he depositado y cosechar lo que no he sembrado, 23 ¿por qué no llevaste mi dinero al banco? Así, a mi regreso, yo lo habría recibido junto con los intereses”. 24 Y, dirigiéndose a los presentes, mandó: “Quitadle a este su capital y dádselo al que tiene diez veces más”. 25 Ellos le dijeron: “Señor, ¡pero si ya tiene diez veces más!”. 26 “Es cierto —asintió el rey—, pero yo os digo que a todo el que tiene, se le dará más. En cambio, al que no tiene, hasta lo poco que tenga se le quitará. 27 En cuanto a mis enemigos, los que no querían que yo reinase sobre ellos, traedlos aquí y matadlos en mi presencia”.

28 Después de haber dicho esto, Jesús siguió su camino subiendo hacia Jerusalén.

V.— JESÚS SE MANIFIESTA EN JERUSALÉN (19,29—21,38)

La entrada en Jerusalén (Mt 21,1-11; Mc 11,1-11; Jn 12,12-19)

29 Cuando ya estaba cerca de Betfagé y de Betania, al pie del monte de los Olivos, envió a dos de sus discípulos 30 con este encargo:

— Id a la aldea que está ahí enfrente. En cuanto entréis en ella encontraréis un pollino atado, sobre el que nunca ha montado nadie. Desatadlo y traédmelo. 31 Y si alguien os pregunta por qué lo desatáis, decidle que el Señor lo necesita. 32 Fueron los que habían sido enviados y lo encontraron todo como Jesús les había dicho. 33 Mientras desataban el pollino, los dueños les preguntaron:

— ¿Por qué desatáis al pollino?

34 Ellos contestaron:

— El Señor lo necesita.

35 Trajeron el pollino adonde estaba Jesús, pusieron sus mantos encima del pollino e hicieron que Jesús montara sobre él. 36 Y mientras él avanzaba, tendían mantos por el camino. 37 Cuando ya se acercaba a la bajada del monte de los Olivos, los discípulos de Jesús, que eran muchos, se pusieron a alabar a Dios llenos de alegría por todos los milagros que habían visto. A grandes voces 38 decían:

¡Bendito el Rey que viene en el nombre del Señor! ¡Paz en el cielo y gloria al Dios Altísimo!

39 Algunos fariseos que estaban entre la gente dijeron a Jesús:

— ¡Maestro, reprende a tus discípulos!

40 Jesús contestó:

— Os digo que si estos se callan, gritarán las piedras.

Llanto sobre la ciudad santa

41 Cuando Jesús llegó cerca de Jerusalén, al ver la ciudad, lloró a causa de ella 42 y dijo:

— ¡Si al menos en este día supieras cómo encontrar lo que conduce a la paz! Pero eso está ahora fuera de tu alcance. 43 Días vendrán en que tus enemigos te rodearán de trincheras, te pondrán sitio, te atacarán por todas partes 44 y te destruirán junto con todos tus habitantes. No dejarán de ti piedra sobre piedra, porque no supiste reconocer el momento en que Dios quiso salvarte.

Los comerciantes expulsados del Templo (Mt 21,12-17; Mc 11,15-19; Jn 2,13-22)

45 Después de esto, Jesús entró en el Templo y se puso a expulsar a los que estaban vendiendo en él, 46 diciéndoles:

— Esto dicen las Escrituras: Mi casa ha de ser casa de oración; pero vosotros la habéis convertido en una cueva de ladrones.

47 Y Jesús enseñaba en el Templo todos los días. Mientras tanto, los jefes de los sacerdotes, los maestros de la ley y los principales del pueblo andaban buscando cómo matarlo; 48 pero no encontraban la manera de hacerlo, porque todo el pueblo estaba pendiente de su palabra.

La autoridad de Jesús (Mt 21,23-27; Mc 11,27-31)

20 Un día en que estaba Jesús enseñando al pueblo en el Templo y les anunciaba la buena noticia, se presentaron los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, junto con los ancianos, y le preguntaron:

— Dinos, ¿con qué derecho haces tú todo eso? ¿Quién te ha autorizado para ello?

Jesús les contestó:

— Yo también voy a preguntaros una cosa. Decidme, ¿de quién recibió Juan el encargo de bautizar: de Dios o de los hombres?

Ellos se pusieron a razonar entre sí: “Si contestamos que lo recibió de Dios, él dirá: ¿Por qué, pues, no le creísteis? Y si decimos que lo recibió de los hombres, el pueblo en masa nos apedreará, porque todos están convencidos de que Juan era un profeta”. Así que respondieron:

— No sabemos de dónde.

Entonces Jesús les replicó:

— Pues tampoco yo os diré con qué derecho hago todo esto.

Parábola de los labradores criminales (Mt 21,33-46; Mc 12,1-12)

Jesús se dirigió luego a la gente del pueblo y les contó esta parábola:

— Una vez, un hombre plantó una viña, la arrendó a unos labradores y emprendió un largo viaje. 10 En el tiempo oportuno envió un criado a los labradores para que le entregaran la parte correspondiente del fruto de la viña. Pero los labradores lo golpearon y lo mandaron de vuelta con las manos vacías. 11 Volvió a enviarles otro criado, y ellos, después de golpearlo y llenarlo de injurias, lo despidieron también sin nada. 12 Todavía les envió un tercer criado, y también a este lo maltrataron y lo echaron de allí. 13 Entonces el amo de la viña se dijo: “¿Qué más puedo hacer? Les enviaré a mi hijo, a mi hijo querido. Seguramente a él lo respetarán”. 14 Pero cuando los labradores lo vieron llegar, se dijeron unos a otros: “Este es el heredero. Matémoslo para que sea nuestra la herencia”. 15 Y, arrojándolo fuera de la viña, lo asesinaron. ¿Qué hará, pues, con ellos el amo de la viña? 16 Llegará, hará perecer a esos labradores y dará la viña a otros.

Los que escuchaban a Jesús dijeron:

— ¡Quiera Dios que eso no suceda!

17 Pero Jesús, mirándolos fijamente, dijo:

— ¿Pues qué significa esto que dice la Escritura:

La piedra que desecharon los constructores

se ha convertido en la piedra principal?

18 Todo el que caiga sobre esa piedra, se estrellará, y a quien la piedra le caiga encima, lo aplastará.

19 Los maestros de la ley y los jefes de los sacerdotes comprendieron que Jesús se había referido a ellos con esta parábola. Por eso trataron de echarle mano en aquel mismo momento; pero tenían miedo del pueblo.

La cuestión del tributo al emperador (Mt 22,15-22; Mc 12,13-17)

20 Así que, siempre al acecho, enviaron unos espías que, bajo la apariencia de gente de bien, pillaran a Jesús en alguna palabra inconveniente que les diera la ocasión de entregarlo al poder y a la autoridad del gobernador romano. 21 Le preguntaron, pues:

— Maestro, sabemos que todo lo que dices y enseñas es correcto y que no juzgas a nadie por las apariencias, sino que enseñas con toda verdad a vivir como Dios quiere. 22 Así pues, ¿estamos o no estamos nosotros, los judíos, obligados a pagar tributo al emperador romano?

23 Jesús, dándose cuenta de la mala intención que había en ellos, les contestó:

24 — Mostradme un denario. ¿De quién es esta efigie y esta inscripción?

25 Le contestaron:

— Del emperador.

Entonces Jesús dijo:

— Pues dad al emperador lo que es del emperador, y a Dios lo que es de Dios.

26 Y no consiguieron pillar a Jesús en palabra alguna inconveniente delante del pueblo. Al contrario, estupefactos ante la respuesta de Jesús, tuvieron que callarse.

La cuestión de la resurrección (Mt 22,23-33; Mc 12,18-27)

27 Después de esto se acercaron a Jesús algunos saduceos que, como niegan que vaya a haber resurrección, le hicieron esta pregunta:

28 — Maestro, Moisés nos dejó escrito que si el hermano de uno muere teniendo esposa, pero no hijos, el siguiente hermano deberá casarse con la viuda para dar descendencia al hermano difunto. 29 Pues bien, hubo una vez siete hermanos; el primero de ellos se casó, pero murió sin haber tenido hijos. 30 El segundo 31 y el tercero se casaron también con la viuda, y así hasta los siete; pero los siete murieron sin haber tenido hijos. 32 La última en morir fue la mujer. 33 Así pues, en la resurrección, ¿de cuál de ellos será esposa, si los siete estuvieron casados con ella?

34 Jesús les dijo:

— El matrimonio es algo que pertenece a este mundo. 35 Pero los que merezcan resucitar y entrar en el reino venidero, ya no tendrán nada que ver con el matrimonio, 36 como tampoco tendrán nada que ver con la muerte, porque serán como ángeles; serán hijos de Dios, porque habrán resucitado. 37 En cuanto a que los muertos han de resucitar, hasta Moisés lo indica en el pasaje de la zarza, cuando invoca como Señor al Dios de Abrahán, de Isaac y de Jacob; 38 porque Dios es un Dios de vivos y no de muertos, ya que para él todos viven.

39 Algunos maestros de la ley dijeron a Jesús:

— Maestro, tienes razón.

40 Y ya nadie se atrevía a hacerle más preguntas.

¿De quién es hijo el Mesías? (Mt 22,41-46; Mc 12,35-37)

41 Por su parte, Jesús les preguntó:

— ¿Cómo es que dicen que el Mesías es hijo de David? 42 El propio David escribe en el libro de los Salmos:

Dijo el Señor a mi Señor:
“Siéntate a mi derecha
43 hasta que yo ponga a tus enemigos
por estrado de tus pies”.

44 Pues si el propio David llama “Señor” al Mesías, ¿cómo puede ser el Mesías hijo suyo?

Denuncia contra los maestros de la ley (Mt 23,6-7; Mc 12,38-40)

45 Delante de todo el pueblo que estaba escuchando, Jesús dijo a sus discípulos:

46 — Guardaos de esos maestros de la ley a quienes agrada pasear vestidos con ropaje suntuoso, ser saludados en público y ocupar los lugares preferentes en las sinagogas y los primeros puestos en los banquetes. 47 ¡Esos que devoran las haciendas de las viudas y, para disimular, pronuncian largas oraciones recibirán el más severo castigo!

La ofrenda de la viuda (Mc 12,41-44)

21 Veía también Jesús cómo los ricos echaban dinero en el arca de las ofrendas. Vio a una viuda pobre, que echó dos monedas de muy poco valor y dijo:

— Os aseguro que esta viuda pobre ha echado más que todos los demás. Porque todos los otros echaron como ofrenda lo que les sobraba, mientras que ella, dentro de su necesidad, ha echado todo lo que tenía para vivir.

Los signos del fin del mundo (Mt 24,3-14; Mc 13,3-13)

Algunos estaban hablando del Templo, de la belleza de sus piedras y de las ofrendas votivas que lo adornaban. Entonces Jesús dijo:

— Llegará un día en que no quedará piedra sobre piedra de todo eso que estáis viendo. ¡Todo será destruido!

Los discípulos le preguntaron:

— Maestro, ¿cuándo sucederá todo esto? ¿Cómo sabremos que esas cosas están a punto de ocurrir?

Jesús contestó:

— Tened cuidado, no os dejéis engañar. Porque vendrán muchos en mi nombre, diciendo: “Yo soy” o “El momento ha llegado”. No les hagáis caso. Cuando oigáis noticias de guerras y revoluciones, no os asustéis. Aunque todo eso ha de suceder primero, todavía no es inminente el fin.

10 Les dijo también:

— Se levantarán unas naciones contra otras, y unos reinos contra otros; 11 por todas partes habrá grandes terremotos, hambres y epidemias, y en el cielo se verán señales formidables. 12 Pero antes que todo eso suceda, os echarán mano, os perseguirán, os entregarán a las sinagogas y os meterán en la cárcel. Por causa de mí os conducirán ante reyes y gobernadores; 13 tendréis así oportunidad de dar testimonio. 14 En tal situación haceos el propósito de no preocuparos por vuestra defensa, 15 porque yo os daré entonces palabras y sabiduría tales, que ninguno de vuestros enemigos podrá resistiros ni contradeciros. 16 Hasta vuestros propios padres, hermanos, parientes y amigos os traicionarán; y a bastantes de vosotros les darán muerte. 17 Todos os odiarán por causa de mí; 18 pero ni un solo cabello vuestro se perderá. 19 Manteneos firmes y alcanzaréis la vida.

El asedio de Jerusalén (Mt 24,15-28; Mc 13,14-23)

20 Cuando veáis a Jerusalén cercada de ejércitos, sabed que el momento de su destrucción ya está cercano. 21 Entonces, los que estén en Judea huyan a las montañas, los que estén dentro de Jerusalén salgan de ella y los que estén en el campo no entren en la ciudad. 22 Porque aquellos serán días de venganza, en los que se ha de cumplir todo lo que dice la Escritura. 23 ¡Ay de las mujeres embarazadas y de las que en esos días estén criando! Porque habrá entonces una angustia terrible en esta tierra, y el castigo de Dios vendrá sobre este pueblo. 24 A unos los pasarán a cuchillo y a otros los llevarán cautivos a todas las naciones. Y Jerusalén será pisoteada por los paganos hasta que llegue el tiempo designado para estos.

La venida del Hijo del hombre (Mt 24,29-44; Mc 13,24-37)

25 Habrá señales en el sol, en la luna y en las estrellas. Las naciones de la tierra serán presa de confusión y terror a causa del bramido del mar y el ímpetu de su oleaje. 26 Los habitantes de todo el mundo desfallecerán de miedo y ansiedad por todo lo que se les viene encima, pues hasta las fuerzas celestes se estremecerán. 27 Entonces se verá llegar al Hijo del hombre en una nube con gran poder y gloria. 28 Cuando todo esto comience a suceder, cobrad aliento y levantad la cabeza, porque vuestra liberación ya está cerca.

29 Y les puso este ejemplo:

— Fijaos en la higuera y en los demás árboles. 30 Cuando veis que comienzan a echar brotes, conocéis que el verano ya está cerca. 31 Pues de la misma manera, cuando veáis que se realizan estas cosas, sabed que el reino de Dios está cerca. 32 Os aseguro que no pasará la actual generación sin que todo esto acontezca. 33 El cielo y la tierra pasarán, pero mis palabras no pasarán. 34 Estad atentos y no dejéis que os esclavicen el vicio, las borracheras o las preocupaciones de esta vida, con lo que el día aquel caería por sorpresa sobre vosotros. 35 Porque será como una trampa en la que quedarán apresados todos los habitantes de la tierra. 36 Vigilad, pues, y no dejéis de orar, para que consigáis escapar de lo que va a suceder y podáis manteneros en pie delante del Hijo del hombre.

37 Jesús enseñaba en el Templo durante el día, y por las noches se retiraba al monte de los Olivos. 38 Y todo el pueblo acudía al Templo temprano por la mañana para escucharlo.

VI.— LA PASCUA DE JESÚS (22,1—24,49)

El complot contra Jesús (Mt 26,1-5; Mc 14,1-2; Jn 11,45-53)

22 Ya estaba cerca la fiesta de los Panes sin levadura, es decir, de la Pascua, y los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley andaban buscando la manera de matar a Jesús, pues temían al pueblo.

Judas traiciona a Jesús (Mt 26,14-16; Mc 14,10-11)

Entonces Satanás entró en Judas, al que llamaban Iscariote, que era uno de los Doce. Este fue a tratar con los jefes de los sacerdotes y con los oficiales de la guardia del Templo el modo de entregarles a Jesús. Ellos se alegraron y, a cambio, le ofrecieron dinero. Judas aceptó el trato y comenzó a buscar una oportunidad para entregárselo sin que la gente se diera cuenta.

Los discípulos preparan la cena de Pascua (Mt 26,17-19; Mc 14,12-16)

Llegado el día de los Panes sin levadura, cuando debía sacrificarse el cordero de Pascua, Jesús envió a Pedro y a Juan, diciéndoles:

— Id a preparar nuestra cena de Pascua.

Le preguntaron:

— ¿Dónde quieres que la preparemos?

10 Jesús les contestó:

— Cuando entréis en la ciudad encontraréis a un hombre que lleva un cántaro de agua; seguidlo hasta la casa donde entre 11 y decid al dueño de la casa: “El Maestro dice: ¿Cuál es la estancia donde voy a celebrar la cena de Pascua con mis discípulos?”. 12 Él os mostrará una sala amplia y ya dispuesta en el piso de arriba. Preparadlo todo allí.

13 Los discípulos fueron y encontraron las cosas como Jesús les había dicho. Y prepararon la cena de Pascua.

La cena del Señor (Mt 26,26-30; Mc 14,22-25; 1 Co 11,23-25)

14 Cuando llegó la hora, Jesús se sentó a la mesa junto con los apóstoles. 15 Entonces les dijo:

— ¡Cuánto he deseado comer esta Pascua con vosotros antes de mi muerte! 16 Porque os digo que no volveré a comerla hasta que tenga su cumplimiento en el reino de Dios.

17 Tomó luego en sus manos una copa, dio gracias a Dios y dijo:

— Tomad esto y repartidlo entre vosotros, 18 porque os digo que ya no beberé más de este fruto de la vid hasta que venga el reino de Dios.

19 Después tomó pan, dio gracias a Dios, lo partió y se lo dio diciendo:

— Esto es mi cuerpo, entregado en favor vuestro. Haced esto en recuerdo de mí.

20 Lo mismo hizo con la copa después de haber cenado, diciendo:

— Esta copa es la nueva alianza, confirmada con mi sangre, que va a ser derramada en favor vuestro. 21 Pero ahora, sobre la mesa y junto a mí, está la mano del que me traiciona. 22 Es cierto que el Hijo del hombre ha de recorrer el camino que le está señalado, pero ¡ay de aquel que lo traiciona!

23 Los discípulos comenzaron entonces a preguntarse unos a otros quién de ellos sería el traidor.

Grandeza del servicio cristiano (Mt 20,25-27; Mc 10,42-44)

24 Surgió también una disputa entre los apóstoles acerca de cuál de ellos era el más importante. 25 Jesús entonces les dijo:

— Los reyes someten las naciones a su dominio, y los que ejercen poder sobre ellas se hacen llamar bienhechores. 26 Pero entre vosotros no debe ser así. Antes bien, el más importante entre vosotros debe ser como el más pequeño, y el que dirige debe ser como el que sirve. 27 Pues ¿quién es más importante, el que se sienta a la mesa o el que sirve? ¿No es, acaso, el que se sienta a la mesa? Sin embargo, yo estoy entre vosotros como el que sirve.

28 Pero vosotros sois los que habéis permanecido a mi lado en mis pruebas. 29 Por eso, yo quiero asignaros un reino, como mi Padre me lo asignó a mí, 30 para que comáis y bebáis en la mesa de mi reino, y os sentéis en tronos para juzgar a las doce tribus de Israel.

Jesús predice la negación de Pedro (Mt 26,31-35; Mc 14,27-31; Jn 13,36-38)

31 Y el Señor dijo:

— Simón, Simón, Satanás os ha reclamado para zarandearos como a trigo en la criba; 32 pero yo he pedido por ti, para que no desfallezca tu fe. Y tú, cuando recuperes la confianza, ayuda a tus hermanos a permanecer firmes.

33 Pedro le dijo:

— ¡Señor, estoy dispuesto a ir contigo a la cárcel e incluso a la muerte!

34 Jesús le contestó:

— Pedro, te digo que no cantará hoy el gallo sin que hayas negado tres veces que me conoces.

La hora decisiva

35 Les dijo también Jesús:

— Cuando os envié sin bolsa, sin zurrón y sin sandalias, ¿os faltó acaso algo?

Ellos contestaron:

— Nada.

36 Y continuó diciéndoles:

— Pues ahora, en cambio, el que tenga una bolsa, que la lleve consigo, y que haga lo mismo el que tenga un zurrón; y el que no tenga espada, que venda su manto y la compre. 37 Porque os digo que tiene que cumplirse en mí lo que dicen las Escrituras: Lo incluyeron entre los criminales. Todo lo que se ha escrito de mí, tiene que cumplirse.

38 Ellos dijeron:

— ¡Señor, aquí tenemos dos espadas!

Él les contestó:

— ¡Es bastante!

Jesús ora en Getsemaní (Mt 26,36-46; Mc 14,32-42)

39 Después de esto, Jesús salió y, según tenía por costumbre, se dirigió al monte de los Olivos en compañía de sus discípulos. 40 Cuando llegaron, les dijo:

— Orad para que podáis resistir la prueba.

41 Luego se alejó de ellos como un tiro de piedra, se puso de rodillas y oró:

42 — Padre, si quieres, líbrame de esta copa de amargura; pero no se haga mi voluntad, sino la tuya.

43 [Entonces se le apareció un ángel del cielo para darle fuerzas. 44 Jesús, lleno de angustia, oraba intensamente. Y le caía el sudor al suelo en forma de grandes gotas de sangre].

45 Después de orar, se levantó y se acercó a sus discípulos. Los encontró dormidos, vencidos por la tristeza, 46 y les preguntó:

— ¿Cómo es que dormís? Levantaos y orad para que podáis resistir la prueba.

Jesús es arrestado (Mt 26,47-56; Mc 14,43-50; Jn 18,3-12)

47 Todavía estaba hablando Jesús, cuando se presentó un grupo de gente encabezado por el llamado Judas, que era uno de los Doce. Este se acercó a Jesús para besarlo; 48 pero Jesús le dijo:

— Judas, ¿con un beso vas a entregar al Hijo del hombre?

49 Los que acompañaban a Jesús, al ver lo que sucedía, le preguntaron:

— Señor, ¿los atacamos con la espada?

50 Y uno de ellos dio un golpe al criado del sumo sacerdote y le cortó la oreja derecha. 51 Pero Jesús dijo:

— ¡Dejadlo! ¡Basta ya!

En seguida tocó la oreja herida y la curó. 52 Luego dijo a los jefes de los sacerdotes, a los oficiales de la guardia del Templo y a los ancianos que habían salido contra él:

— ¿Por qué habéis venido a buscarme con espadas y garrotes, como si fuera un ladrón? 53 Todos los días he estado entre vosotros en el Templo, y no me detuvisteis. ¡Pero esta es vuestra hora, la hora del poder de las tinieblas!

Pedro niega a Jesús (Mt 26,57-58.69-75; Mc 14,53-54; 66-72; Jn 18,15-18.25-27)

54 Apresaron, pues, a Jesús, se lo llevaron y lo introdujeron en la casa del sumo sacerdote. Pedro iba detrás a cierta distancia. 55 En medio del patio de la casa habían encendido fuego, y estaban sentados en torno a él; también Pedro estaba sentado entre ellos. 56 En esto llegó una criada que, viendo a Pedro junto al fuego, se quedó mirándolo fijamente y dijo:

— Este también estaba con él.

57 Pedro lo negó, diciendo:

— Mujer, ni siquiera lo conozco.

58 Poco después lo vio otro, que dijo:

— También tú eres uno de ellos.

Pedro replicó:

— No lo soy, amigo.

59 Como cosa de una hora más tarde, un tercero aseveró:

— Seguro que este estaba con él, pues es galileo.

60 Entonces Pedro exclamó:

— ¡Amigo, no sé qué estás diciendo!

Todavía estaba Pedro hablando, cuando cantó un gallo. 61 En aquel momento, el Señor se volvió y miró a Pedro. Se acordó Pedro de que el Señor le había dicho: “Hoy mismo, antes que cante el gallo, me habrás negado tres veces” 62 y, saliendo, lloró amargamente.

Burlas e insultos contra Jesús (Mt 26,67-68; Mc 14,65)

63 Los hombres que custodiaban a Jesús se burlaban de él y lo golpeaban. 64 Tapándole los ojos, le decían:

— ¡Adivina quien te ha pegado!

65 Y proferían contra él toda clase de insultos.

Jesús ante el Consejo Supremo (Mt 26,59-66; Mc 14,55-64; Jn 18,12-14.19-24)

66 Cuando se hizo de día, se reunieron los ancianos del pueblo, los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley, y llevaron a Jesús ante el Consejo Supremo. 67 Allí le preguntaron:

— ¿Eres tú el Mesías? ¡Dínoslo de una vez!

Jesús contestó:

— Aunque os lo diga, no me vais a creer; 68 y si os hago preguntas, no me vais a contestar. 69 Sin embargo, desde ahora mismo, el Hijo del hombre estará sentado junto a Dios todopoderoso.

70 Todos preguntaron:

— ¿Así que tú eres el Hijo de Dios?

Jesús respondió:

— Vosotros lo decís: yo soy.

71 Entonces ellos dijeron:

— ¿Para qué queremos más testigos? Nosotros mismos lo hemos oído de sus propios labios.

Jesús ante Pilato (Mt 27,1-2.11-14; Mc 15,1-5; Jn 18,28-32)

23 Levantaron, pues, la sesión y llevaron a Jesús ante Pilato. Comenzaron la acusación diciendo:

— Hemos comprobado que este anda alborotando a nuestra nación. Se opone a que se pague el tributo al emperador y, además, afirma que es el rey Mesías.

Pilato le preguntó:

— ¿Eres tú el rey de los judíos?

Jesús le respondió:

— Tú lo dices.

Pilato dijo a los jefes de los sacerdotes y a todos los presentes:

— No encuentro ningún motivo de condena en este hombre.

Pero ellos insistían más y más:

— Con sus enseñanzas está alterando el orden público en toda Judea. Empezó en Galilea y ahora continúa aquí.

Pilato, al oír esto, preguntó si Jesús era galileo. Y cuando supo que, en efecto, lo era, y que, por tanto, pertenecía a la jurisdicción de Herodes, se lo envió, aprovechando la oportunidad de que en aquellos días Herodes estaba también en Jerusalén.

Jesús ante Herodes

Herodes se alegró mucho de ver a Jesús, pues había oído hablar de él y ya hacía bastante tiempo que quería conocerlo. Además, tenía la esperanza de verle hacer algún milagro. Así que Herodes preguntó muchas cosas a Jesús, pero Jesús no le contestó ni una sola palabra. 10 También estaban allí los jefes de los sacerdotes y los maestros de la ley acusando a Jesús con vehemencia. 11 Por su parte, Herodes, secundado por sus soldados, lo trató con desprecio y se burló de él. Lo vistió con un manto resplandeciente y se lo devolvió a Pilato. 12 Aquel día, Herodes y Pilato se hicieron amigos, pues hasta aquel momento habían estado enemistados.

Jesús sentenciado a muerte (Mt 27,15-27; Mc 15,6-15; Jn 18,28-32)

13 Entonces Pilato reunió a los jefes de los sacerdotes, a las autoridades y al pueblo, 14 y les dijo:

— Me habéis traído a este hombre diciendo que está alterando el orden público; pero yo lo he interrogado delante de vosotros y no he encontrado en él ningún crimen de los que lo acusáis. 15 Y Herodes tampoco, puesto que nos lo ha devuelto. Es evidente que no ha hecho nada que merezca la muerte. 16 Por tanto, voy a castigarlo y luego lo soltaré.

[17 ] 18 Entonces toda la multitud se puso a gritar:

— ¡Quítanos de en medio a ese y suéltanos a Barrabás!

19 Este Barrabás estaba en la cárcel a causa de una revuelta ocurrida en la ciudad y de un asesinato. 20 Pilato, que quería poner en libertad a Jesús, habló de nuevo a la gente. 21 Pero ellos continuaban gritando:

— ¡Crucifícalo! ¡Crucifícalo!

22 Por tercera vez les dijo:

— ¿Pues cuál es su delito? No he descubierto en él ningún crimen que merezca la muerte; así que voy a castigarlo y luego lo soltaré.

23 Pero ellos insistían pidiendo a grandes gritos que lo crucificara; y sus gritos arreciaban cada vez más. 24 Así que Pilato resolvió acceder a lo que pedían: 25 puso en libertad al que tenía preso por una revuelta callejera y un asesinato, y les entregó a Jesús para que hiciesen con él lo que quisieran.

Jesús carga con la cruz (Mt 27,32; Mc 15,21; Jn 19,17)

26 Cuando lo llevaban para crucificarlo, echaron mano de un tal Simón, natural de Cirene, que volvía del campo, y lo cargaron con la cruz para que la llevara detrás de Jesús. 27 Lo acompañaba mucha gente del pueblo junto con numerosas mujeres que lloraban y se lamentaban por él. 28 Jesús se volvió hacia ellas y les dijo:

— Mujeres de Jerusalén, no lloréis por mí; llorad, más bien, por vosotras mismas y por vuestros hijos. 29 Porque vienen días en que se dirá: “¡Felices las estériles, los vientres que no concibieron y los pechos que no amamantaron!”. 30 La gente comenzará entonces a decir a las montañas: “¡Caed sobre nosotros!”; y a las colinas: “¡Sepultadnos!”. 31 Porque si al árbol verde le hacen esto, ¿qué no le harán al seco?

Jesús es crucificado (Mt 27,33-34; Mc 15,22-32; Jn 19,18-27)

32 Llevaban también a dos criminales para ejecutarlos al mismo tiempo que a Jesús. 33 Cuando llegaron al lugar llamado “La Calavera”, crucificaron a Jesús y a los dos criminales, uno a su derecha y otro a su izquierda. 34 Jesús entonces decía:

— Padre, perdónalos, porque no saben lo que hacen.

Los soldados se repartieron las ropas de Jesús echándolas a suertes. 35 La gente estaba allí mirando, mientras las autoridades se burlaban de Jesús, diciendo:

— Puesto que ha salvado a otros, que se salve a sí mismo si de veras es el Mesías, el elegido de Dios.

36 Los soldados también se burlaban de él: se acercaban para ofrecerle vinagre y le decían:

37 — Si tú eres el rey de los judíos, sálvate a ti mismo.

38 Habían fijado un letrero por encima de su cabeza que decía: “Este es el rey de los judíos”. 39 Uno de los criminales colgados a su lado lo insultaba, diciendo:

— ¿No eres tú el Mesías? ¡Pues sálvate a ti mismo y sálvanos a nosotros!

40 Pero el otro increpó a su compañero, diciéndole:

— ¿Es que no temes a Dios, tú que estás condenado al mismo castigo? 41 Nosotros estamos pagando justamente los crímenes que hemos cometido, pero este no ha hecho nada malo. 42 Y añadió:

— Jesús, acuérdate de mí cuando vengas como rey.

43 Jesús le contestó:

— Te aseguro que hoy estarás conmigo en el paraíso.

Muerte de Jesús (Mt 27,45-56; Mc 15,33-41; Jn 19,28-30)

44 Alrededor ya del mediodía, la tierra entera quedó sumida en oscuridad hasta las tres de la tarde. 45 El sol se ocultó y la cortina del Templo se rasgó por la mitad. 46 Entonces Jesús, lanzando un fuerte grito, dijo:

— ¡Padre, en tus manos encomiendo mi espíritu!

Y, dicho esto, murió.

47 Cuando el oficial del ejército romano vio lo que estaba pasando, alabó a Dios y dijo:

— ¡Seguro que este hombre era inocente!

48 Y todos los que se habían reunido para contemplar aquel espectáculo, al ver lo que sucedía, regresaron a la ciudad golpeándose el pecho. 49 Pero todos los que conocían a Jesús y las mujeres que lo habían acompañado desde Galilea, se quedaron allí, mirándolo todo de lejos.

Jesús es sepultado (Mt 27,57-61; Mc 15,42-47; Jn 19,38-42)

50 Había un hombre bueno y justo llamado José, que era miembro del Consejo Supremo, 51 pero que no había prestado su conformidad ni al acuerdo ni a la actuación de sus colegas. Era natural de Arimatea, un pueblo de Judea, y esperaba el reino de Dios. 52 Este José se presentó a Pilato y le pidió el cuerpo de Jesús. 53 Después lo bajó de la cruz, lo envolvió en un lienzo y lo depositó en un sepulcro excavado en la roca, donde nadie aún había sido sepultado. 54 Era el día de preparación y el sábado ya estaba comenzando.

55 Las mujeres que habían acompañado a Jesús desde Galilea, fueron detrás hasta el sepulcro y vieron cómo su cuerpo quedaba depositado allí. 56 Luego regresaron a casa y prepararon perfumes y ungüentos. Y durante el sábado descansaron, conforme a lo prescrito por la ley.

Resurrección de Jesús (Mt 28,1-10; Mc 16,1-8; Jn 20,1-10)

24 El primer día de la semana, al amanecer, las mujeres fueron al sepulcro con los perfumes que habían preparado. Al llegar, se encontraron con que la piedra que cerraba el sepulcro había sido removida. Entraron, pero no encontraron el cuerpo de Jesús, el Señor. Estaban aún desconcertadas ante el caso, cuando se les presentaron dos hombres vestidos con ropas resplandecientes que, al ver cómo las mujeres se postraban rostro en tierra llenas de miedo, les dijeron:

— ¿Por qué buscáis entre los muertos al que está vivo? No está aquí; ha resucitado. Recordad que él os habló de esto cuando aún estaba en Galilea. Ya os dijo entonces que el Hijo del hombre tenía que ser entregado en manos de pecadores y que iban a crucificarlo, pero que resucitaría al tercer día.

Ellas recordaron, en efecto, las palabras de Jesús y, regresando del sepulcro, llevaron la noticia a los Once y a todos los demás. 10 Así pues, fueron María Magdalena, Juana, María la madre de Santiago, y las otras que estaban con ellas, quienes comunicaron a los apóstoles lo que había pasado. 11 Pero a los apóstoles les pareció todo esto una locura y no las creyeron.

12 Pedro, sin embargo, se decidió, y echó a correr hacia el sepulcro. Al inclinarse a mirar, sólo vio los lienzos; así que regresó a casa lleno de asombro por lo que había sucedido.

En el camino de Emaús (Mc 16,12-13)

13 Ese mismo día, dos de los discípulos se dirigían a una aldea llamada Emaús, distante unos once kilómetros de Jerusalén. 14 Mientras iban hablando de los recientes acontecimientos, 15 conversando y discutiendo entre ellos, Jesús mismo se les acercó y se puso a caminar a su lado. 16 Pero tenían los ojos tan ofuscados que no lo reconocieron. 17 Entonces Jesús les preguntó:

— ¿Qué es eso que discutís mientras vais de camino?

Se detuvieron con el semblante ensombrecido, 18 y uno de ellos, llamado Cleofás, le contestó:

— Seguramente tú eres el único en toda Jerusalén que no se ha enterado de lo que ha pasado allí estos días.

19 Él preguntó:

— ¿Pues qué ha pasado?

Le dijeron:

— Lo de Jesús de Nazaret, que era un profeta poderoso en hechos y palabras delante de Dios y de todo el pueblo. 20 Los jefes de nuestros sacerdotes y nuestras autoridades lo entregaron para que lo condenaran a muerte y lo crucificaran. 21 Nosotros teníamos la esperanza de que él iba a ser el libertador de Israel, pero ya han pasado tres días desde que sucedió todo esto. 22 Verdad es que algunas mujeres de nuestro grupo nos han desconcertado, pues fueron de madrugada al sepulcro 23 y, al no encontrar su cuerpo, volvieron diciendo que también se les habían aparecido unos ángeles y les habían dicho que él está vivo. 24 Algunos de los nuestros acudieron después al sepulcro y lo encontraron todo tal y como las mujeres habían dicho. Pero a él no lo vieron.

25 Jesús, entonces, les dijo:

— ¡Qué lentos sois para comprender y cuánto os cuesta creer lo dicho por los profetas! 26 ¿No tenía que sufrir el Mesías todo esto antes de ser glorificado?

27 Y, empezando por Moisés y siguiendo por todos los profetas, les explicó cada uno de los pasajes de las Escrituras que se referían a él mismo.

28 Cuando llegaron a la aldea adonde se dirigían, Jesús hizo ademán de seguir adelante. 29 Pero ellos le dijeron, insistiendo mucho:

— Quédate con nosotros, porque atardece ya y la noche se echa encima.

Él entró y se quedó con ellos. 30 Luego, cuando se sentaron juntos a la mesa, Jesús tomó el pan, dio gracias a Dios, lo partió y se lo dio. 31 En aquel momento se les abrieron los ojos y lo reconocieron; pero él desapareció de su vista. 32 Entonces se dijeron el uno al otro:

— ¿No nos ardía ya el corazón cuando conversábamos con él por el camino y nos explicaba las Escrituras?

33 En el mismo instante emprendieron el camino de regreso a Jerusalén, donde encontraron reunidos a los Once y a todos los demás, 34 que les dijeron:

— Es cierto que el Señor ha resucitado y se ha aparecido a Simón.

35 Ellos, por su parte, contaron también lo que les había sucedido en el camino y cómo habían reconocido a Jesús cuando partía el pan.

Jesús se aparece a los discípulos (Mt 28,16-20; Mc 16,14-18; Jn 20,19-23)

36 Todavía estaban hablando de estas cosas, cuando Jesús se puso en medio de ellos y les dijo:

— ¡La paz sea con vosotros!

37 Sorprendidos y muy asustados, creían estar viendo un fantasma. 38 Pero Jesús les dijo:

— ¿Por qué os asustáis y por qué dudáis tanto en vuestro interior? 39 Mirad mis manos y mis pies: soy yo mismo. Tocadme y miradme. Los fantasmas no tienen carne ni huesos, como veis que yo tengo.

40 Al decir esto, les mostró las manos y los pies. 41 Pero aunque estaban llenos de alegría, no se lo acababan de creer a causa del asombro. Así que Jesús les preguntó:

— ¿Tenéis aquí algo de comer?

42 Le ofrecieron un trozo de pescado asado, 43 que él tomó y comió en presencia de todos. 44 Luego les dijo:

— Cuando aún estaba con vosotros, ya os advertí que tenía que cumplirse todo lo que está escrito acerca de mí en la ley de Moisés, en los libros de los profetas y en los salmos.

45 Entonces abrió su mente para que comprendieran el sentido de las Escrituras. 46 Y añadió:

— Estaba escrito que el Mesías tenía que morir y que resucitaría al tercer día; 47 y también que en su nombre se ha de proclamar a todas las naciones, comenzando desde Jerusalén, un mensaje de conversión y de perdón de los pecados. 48 Vosotros sois testigos de todas estas cosas. 49 Mirad, yo voy a enviaros el don prometido por mi Padre. Quedaos aquí, en Jerusalén, hasta que recibáis la fuerza que viene de Dios.

Conclusión (24,50-52)

Ascensión de Jesús al cielo (Mc 16,19; Hch 1,9-11)

50 Más tarde, Jesús los llevó fuera de la ciudad, hasta las cercanías de Betania. Allí, levantando las manos, los bendijo. 51 Y, mientras los bendecía, se separó de ellos y fue llevado al cielo. 52 Ellos, después de adorarlo, regresaron a Jerusalén llenos de alegría. 53 Y estaban constantemente en el Templo bendiciendo a Dios.