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El Señor rechazó su altar;
    su santuario le causaba repulsión.
Puso en manos del enemigo
    las murallas de Jerusalén.
Los enemigos gritaron de alegría en la casa del SEÑOR
    como si estuvieran en una fiesta.

El SEÑOR decidió destruir
    la muralla de la hija de Sion.
Hizo sus planes muy cuidadosamente
    y no dudó en destruirla.
Él hizo que las fortificaciones y las murallas
    se quejaran y se debilitaran.

Sus portales se vinieron abajo.
    Él convirtió en pedazos sus barras de hierro.
El rey y sus príncipes fueron esparcidos por todas las naciones
    y no queda ninguno para dar enseñanzas.
Ni siquiera los profetas
    pueden recibir una visión del SEÑOR.

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