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El Señor decidió derrumbar
    las murallas de la bella Sión.
Trazó el plan de destrucción
    y lo llevó a cabo sin descanso.
Paredes y murallas, que él ha envuelto en luto,
    se han venido abajo al mismo tiempo.

La ciudad no tiene puertas ni cerrojos:
    ¡quedaron destrozados, tirados por el suelo!
Su rey y sus gobernantes están entre paganos;
    ya no existe la ley de Dios.
¡Ni siquiera sus profetas tienen
    visiones de parte del Señor!

10 Los ancianos de la bella Sión
    se sientan silenciosos en el suelo,
se echan polvo sobre la cabeza
    y se visten de ropas burdas.
Las jóvenes de Jerusalén
    agachan la cabeza hasta el suelo.

11 El llanto acaba con mis ojos,
    y siento que el pecho me revienta;
mi ánimo se ha venido al suelo
    al ver destruida la ciudad de mi gente,
al ver que hasta los niños de pecho
    mueren de hambre por las calles.

12 Decían los niños a sus madres:
    «¡Ya no tenemos pan ni vino!»
Y caían como heridos de muerte
    por las calles de la ciudad,
exhalando el último suspiro
    en brazos de sus madres.

13 ¿A qué te puedo comparar o asemejar,
    hermosa Jerusalén?
¿Qué ejemplo puedo poner para consolarte,
    pura y bella ciudad de Sión?
Enorme como el mar ha sido tu destrucción;
    ¿quién podrá darte alivio?

14 Las visiones que tus profetas te anunciaron
    no eran más que un vil engaño.
No pusieron tu pecado al descubierto
    para hacer cambiar tu suerte;
te anunciaron visiones engañosas,
    y te hicieron creer en ellas.

15 Al verte, los que van por el camino
    aplauden en son de burla;
silban y mueven burlones la cabeza,
    diciendo de la bella Jerusalén:
«¿Y es ésta la ciudad a la que llaman
    la máxima belleza de la tierra?»

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