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Judit se quitó la ropa de luto, se bañó y se perfumó. Luego se peinó, se puso una diadema y se vistió con su mejor vestido, tal como lo hacía cuando aún vivía su marido Manasés. Se puso también unas sandalias y muchas joyas. Quedó tan hermosa que, al verla, cualquier hombre se hubiera enamorado de ella. Por último, Judit llenó una bolsa con harina de cebada, tortas de higos y panes frescos. Además, agarró un botellón de vino y una botella de aceite. Todo esto se lo entregó a su empleada para que lo llevara.

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