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Sus vecinos y otros que lo conocían como un pordiosero ciego se preguntaban: «¿No es ese el hombre que solía sentarse a mendigar?». Algunos decían que sí, y otros decían: «No, solo se le parece».

Pero el mendigo seguía diciendo: «¡Sí, soy yo!».

10 Le preguntaron:

—¿Quién te sanó? ¿Cómo sucedió?

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