Job 9
Reina-Valera 1995
La sabiduría y el poder de Dios
9 Respondió Job y dijo:
2 «Ciertamente yo sé que esto es así:
¿Cómo se justificará el hombre delante de Dios?
3 Si pretendiera discutir con él,
no podría responderle a una cosa entre mil.
4 Él es sabio de corazón y poderoso en fuerzas,
¿a quién, si quisiera resistirle, le iría bien?
5 Él arranca los montes con su furor,
sin que ellos sepan quién los trastornó.
6 Él remueve de su lugar la tierra,
y hace temblar sus columnas.
7 Si él lo ordena, el sol no sale,
y él es quien pone sello a las estrellas.
8 Él solo extiende los cielos,
y anda sobre las olas del mar.
9 Él hizo la Osa y el Orión,
las Pléyades y los más remotos lugares del sur.
10 Él hace cosas grandes e incomprensibles,
maravillosas y sin número.
11 Él pasa delante de mí, y yo no lo veo;
pasa junto a mí sin que yo lo advierta.
12 Si arrebata alguna cosa ¿quién hará que la restituya?
¿Quién le dirá: “Qué haces”?
13 »Dios no volverá atrás su ira,
y bajo él se postran los que ayudan a los soberbios;
14 pues ¿cuánto menos podré yo replicarle
y escoger mis palabras frente a él?
15 Aunque yo fuera justo, no podría responderle;
sólo puedo rogarle, a él que es mi juez.
16 Ni aun si lo invocara y él me respondiera,
creería yo que ha escuchado mi voz.
17 Porque él me quebranta con tempestad,
aumenta sin causa mis heridas
18 y no me concede que tome aliento,
sino que me llena de amarguras.
19 Si hablamos de su fuerza, por cierto que es poderosa;
si de juicio, ¿quién lo emplazará?
20 Aunque yo me justificara, mi propia boca me condenaría;
aunque fuera perfecto, él me declararía culpable.
21 Aun siendo yo íntegro, él no me tomaría en cuenta,
¡despreciaría mi vida!
22 Una cosa me resta por decir:
que al perfecto y al impío él los destruye.
23 Si un azote mata de repente,
él se ríe del sufrimiento de los inocentes.
24 La tierra es entregada en manos de los impíos,
y él cubre el rostro de sus jueces.
Y si no es él, ¿quién es?, ¿dónde está?
25 Mis días han sido más ligeros que un correo;
huyeron sin haber visto el bien.
26 Pasaron cual naves veloces,
como el águila que se arroja sobre la presa.
27 Si digo: “Olvidaré mi queja,
cambiaré mi triste semblante y me esforzaré”,
28 entonces me turban todos mis dolores,
pues sé que no me tienes por inocente.
29 Y si soy culpable,
¿para qué trabajar en vano?
30 Aun cuando me lave con agua de nieve
y limpie mis manos con lejía,
31 aun así me hundirás en el hoyo,
y hasta mis propios vestidos me aborrecerán.
32 ȃl no es un hombre como yo, para que yo le replique
y comparezcamos juntos en un juicio.
33 No hay entre nosotros árbitro
que ponga su mano sobre ambos,
34 para que él aparte de mí su vara,
y su terror no me espante.
35 Con todo, yo le hablaré sin temor,
porque me consta que no soy así.
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