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que cuantos permanecieran en Jerusalén morirían por herida de espada o de hambre o enfermedad, pero que los que se rindieran a los babilonios vivirían, y que la ciudad de Jerusalén sería inevitablemente conquistada por el rey de Babilonia, fueron al rey y le dijeron:

―Señor, hay que matar a este hombre. Ese modo de hablar minará la moral de los pocos soldados que nos quedan, y del resto del pueblo. Este hombre es un traidor.

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