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Judit oyó las duras palabras que la gente había dicho contra el jefe Ozías, al verse tan desanimados por la falta de agua. Supo también que él les había prometido entregar la ciudad a los asirios al cabo de cinco días. 10 Mandó entonces a la criada que estaba al frente de todos los bienes, a que llamara a Cabris y a Carmis, los ancianos de la ciudad, 11 y cuando éstos llegaron, les dijo:

—Escúchenme, jefes de los habitantes de Betulia: no está bien eso que ustedes han dicho hoy delante del pueblo, ni la promesa que han hecho, poniendo a Dios por testigo, de que entregarán la ciudad a nuestros enemigos si al cabo de ese tiempo el Señor no nos ha ayudado. 12 ¿Quiénes son ustedes para exigir a Dios que actúe hoy, o para ocupar el lugar de Dios entre los hombres? 13 Ustedes imponen condiciones al Señor todopoderoso, pero nunca lograrán comprender nada. 14 Si ni siquiera pueden penetrar en los secretos del corazón humano ni entender los pensamientos del hombre, ¿cómo podrán entender a Dios, que hizo todas las cosas? ¿Cómo podrán captar su entendimiento y comprender sus intenciones? ¡No, hermanos, no hagan enojar al Señor nuestro Dios! 15 Si él no quiere ayudarnos en estos cinco días, en su mano está el ayudarnos cuando quiera, como también el hacernos morir delante de nuestros enemigos. 16 No hagan exigencias al Señor nuestro Dios acerca de sus planes; él no cede ante las amenazas ni ante las exigencias, como si fuera un hombre. 17 Más bien, pidámosle que nos ayude, con la esperanza de que él nos salvará. Si a él le parece bien, habrá de escucharnos.

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Oración de Judit

Judit se inclinó hasta tocar el suelo con la frente, se cubrió la cabeza con ceniza, y dejó al descubierto las ropas ásperas que llevaba puestas; y en el momento en que en el templo de Jerusalén se ofrecía el incienso de la tarde, Judit clamó en voz alta al Señor, y dijo:

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»Mira cómo se han reunido los asirios con todo su poder, orgullosos de sus caballos y jinetes, jactándose de la fuerza de su infantería, confiados en sus escudos, sus flechas, sus arcos y sus hondas. No reconocen que tú, Señor, eres quien pone fin a la guerra; tu nombre es “el Señor”. ¡Desbarata su fuerza con tu poder, y destruye su poderío con tu ira! Sus planes son profanar tu santuario, manchar el lugar en que reside tu glorioso nombre, derribar tu altar con sus armas. Mira su orgullo, descarga sobre ellos tu ira, y dame a mí, que soy viuda, la fuerza para realizar mi plan. 10 Haz que yo los engañe, para que caigan los esclavos junto con los señores y los señores junto con los esclavos; destruye, por medio de una mujer, su arrogancia.

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