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Hay que domar la lengua

Hermanos míos, no procuren muchos de ustedes ser maestros, pues como ustedes saben, seremos juzgados con más severidad. Todos fallamos mucho; y si alguien no falla en lo que dice, es una persona perfecta que puede dominar todo su cuerpo. Cuando les ponemos freno en la boca a los caballos, podemos hacer que nos obedezcan y así los dominamos. Fíjense también en los barcos. A pesar de que son muy grandes y de que los empujan los fuertes vientos, el piloto lo dirige por donde quiere con un pequeño timón. Lo mismo pasa con la lengua. Es un miembro muy pequeño del cuerpo, pero hace alarde de grandes cosas. ¡Piensen que con una pequeña chispa se puede incendiar un gran bosque! La lengua es como un fuego, un mundo de maldad. Es uno de nuestros órganos y contamina todo el cuerpo; y encendida por el infierno, prende fuego a todo el curso de la vida.

El ser humano puede domar toda clase de fieras y las ha domado: aves, reptiles y bestias del mar; pero nadie puede domar la lengua. Es un mal que no se puede frenar y que está lleno de veneno mortal. Con la lengua bendecimos a nuestro Señor y Padre, y también con ella maldecimos a las personas que han sido creadas a imagen de Dios. 10 De una misma boca salen bendiciones y maldiciones.

Hermanos míos, esto no debe ser así.

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