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Uno de ellos clamaba al otro y le decía:

«¡Santo, santo, santo, es el Señor de los ejércitos!(A) ¡Toda la tierra está llena de su gloria!»

La voz del que clamaba hizo que el umbral de las puertas se estremeciera, y el templo se llenó de humo.(B) Entonces dije yo:

«¡Ay de mí! ¡Soy hombre muerto! ¡Mis ojos han visto al Rey, el Señor de los ejércitos, aun cuando soy un hombre de labios impuros y habito en medio de un pueblo de labios también impuros!»

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