Isaías 22-23
Nueva Versión Internacional
Profecía contra Jerusalén
22 Profecía contra el valle de la visión:
¿Qué te pasa ahora,
que has subido a las azoteas,
2 ciudad llena de disturbios,
de tumultos y parrandas?
Tus muertos no cayeron a filo de espada
ni murieron en batalla.
3 Todos tus jefes huyeron juntos,
pero fueron capturados sin haber disparado una flecha.
Todos tus líderes fueron capturados
mientras trataban de huir lejos.
4 Por eso dije: «Aparten su mirada de mí;
voy a llorar amargamente.
No insistan en consolarme:
¡mi pueblo ha sido destruido!».
5 El Señor, el Señor de los Ejércitos,
ha decretado un día de pánico,
un día de humillación y desconcierto
en el valle de la visión,
un día para derribar muros
y para levantar gritos de socorro a la montaña.
6 Montado en sus carros de combate y en caballos,
Elam toma la aljaba;
Quir saca el escudo a relucir.
7 Llenos de carros de combate están tus valles preferidos;
apostados a la puerta están los jinetes.
8 ¡Judá se ha quedado sin defensa!
Aquel día ustedes se fijaron
en el arsenal del Palacio del Bosque.
9 Vieron que en la Ciudad de David
había muchas brechas;
en el estanque inferior
guardaron agua.
10 Contaron las casas de Jerusalén
y derribaron algunas para reforzar el muro.
11 Entre los dos muros construyeron un depósito
para las aguas del estanque antiguo
pero no se fijaron en quien lo hizo
ni consideraron al que hace tiempo lo planeó.
12 En aquel día el Señor,
el Señor de los Ejércitos,
los llamó a llorar y a lamentarse,
a raparse la cabeza y a usar ropa de luto.
13 ¡Pero miren, hay gozo y alegría!
¡Se sacrifican vacas, se matan ovejas,
se come carne y se bebe vino!
«¡Comamos y bebamos,
que mañana moriremos!».
14 El Señor de los Ejércitos me reveló al oído: «No se te perdonará este pecado hasta el día de tu muerte. Lo digo yo, el Señor, el Señor de los Ejércitos».
15 Así dice el Señor, el Señor de los Ejércitos:
«Ve a encontrarte con Sebna,
el mayordomo, que está a cargo del palacio y dile:
16 ¿Qué haces aquí?
¿Quién te dio permiso para cavarte aquí un sepulcro?
¿Por qué tallas en lo alto tu lugar de reposo
y lo esculpes en la roca?
17 »Mira, hombre poderoso, el Señor está a punto de agarrarte
y arrojarte con violencia.
18 Te hará rodar como pelota
y te lanzará a una tierra inmensa.
Allí morirás; allí quedarán
tus gloriosos carros de combate.
¡Serás la vergüenza de la casa de tu señor!
19 Te destituiré de tu cargo
y serás expulsado de tu puesto.
20 »En aquel día llamaré a mi siervo Eliaquín, hijo de Jilquías. 21 Le pondré tu túnica, le colocaré tu faja y le daré tu autoridad. Será como un padre para los habitantes de Jerusalén y para la tribu de Judá. 22 Sobre sus hombros pondré la llave de la casa de David; lo que él abra, nadie podrá cerrarlo; lo que él cierre, nadie podrá abrirlo. 23 Como a una estaca, lo clavaré en un lugar firme y será como un trono de honor para la descendencia de su padre. 24 De él dependerá toda la gloria de su familia: sus descendientes, sus vástagos y toda la vajilla pequeña, desde los cántaros hasta las tazas.
25 »En aquel día —afirma el Señor de los Ejércitos—, cederá la estaca clavada en el lugar firme; será arrancada de raíz y se vendrá abajo con la carga que colgaba de ella». El Señor mismo lo ha dicho.
Profecía contra Tiro
23 Profecía contra Tiro:
¡Giman, barcos de Tarsis!,
porque fueron destruidas su casa y su puerto.
Desde la tierra de Chipre
les ha llegado la noticia.
2 ¡Callen, habitantes de la costa,
comerciantes de Sidón,
ciudad que han enriquecido los marinos!
3 Sobre las grandes aguas
llegó el grano de Sijor;
Tiro se volvió el centro comercial de las naciones;
la cosecha del Nilo le aportaba ganancias.
4 Avergüénzate, Sidón, fortaleza del mar,
porque el mar ha dicho:
«No he estado con dolores de parto ni he dado a luz;
no he criado hijos ni educado hijas».
5 Cuando la noticia llegue a Egipto,
lo que se diga de Tiro los angustiará.
6 Pasen a Tarsis;
giman, habitantes de la costa.
7 ¿Es esta su ciudad alegre,
la ciudad tan antigua,
cuyos pies la han llevado
a establecerse en tierras lejanas?
8 ¿Quién planeó esto contra Tiro,
la ciudad que confiere coronas,
cuyos comerciantes son príncipes,
y sus negociantes reconocidos en la tierra?
9 Lo planeó el Señor de los Ejércitos
para abatir la altivez de toda gloria
y humillar a toda la gente importante de la tierra.
10 Hija de Tarsis,
cultiva[a] tu tierra como en el Nilo,
porque tu puerto ya no existe.
11 El Señor ha extendido su mano sobre el mar
y ha puesto a temblar a los reinos;
ha ordenado destruir las fortalezas de Canaán.
12 Él dijo:
«¡Virgen oprimida, hija de Sidón:
no volverás a alegrarte!
»Levántate y cruza hasta Chipre;
¡ni siquiera allí encontrarás descanso!».
13 ¡Mira la tierra de los babilonios![b]
¡Ese pueblo ya no existe!
Asiria la ha convertido
en refugio de las fieras del desierto;
levantaron torres de asedio,
demolieron sus fortalezas
y las convirtieron en ruinas.
14 ¡Giman, barcos de Tarsis,
porque destruida está su fortaleza!
15 En aquel tiempo Tiro será olvidada durante setenta años, que es lo que vive un rey. Pero al cabo de esos setenta años sucederá a Tiro lo que dice la canción de la prostituta:
16 «Tú, prostituta olvidada,
toma un arpa y recorre la ciudad;
toca lo mejor que puedas y canta muchas canciones,
para que te recuerden».
17 Al cabo de setenta años, el Señor se ocupará de Tiro, la cual volverá a venderse y prostituirse con todos los reinos de la tierra. 18 Pero sus ingresos y ganancias se consagrarán al Señor; no serán almacenados ni atesorados. Sus ganancias serán para los que habitan en presencia del Señor, para que se alimenten en abundancia y se vistan con ropas finas.
Juan 8
Nueva Versión Internacional
8 1 pero Jesús se fue al monte de los Olivos. 2 Al amanecer se presentó de nuevo en el Templo. Toda la gente se le acercó, y él se sentó a enseñarles. 3 Entonces, los maestros de la Ley y los fariseos llevaron a una mujer sorprendida en adulterio y, poniéndola en medio del grupo, 4 dijeron a Jesús:
—Maestro, a esta mujer se le ha sorprendido en el acto mismo de adulterio. 5 En la Ley Moisés nos ordenó apedrear a tales mujeres. ¿Tú qué dices?
6 Con esta pregunta le estaban tendiendo una trampa, para tener de qué acusarlo. Pero Jesús se inclinó y con el dedo comenzó a escribir en el suelo. 7 Y como ellos lo acosaban a preguntas, Jesús se incorporó y les dijo:
—Aquel de ustedes que esté libre de pecado, que tire la primera piedra.
8 E inclinándose de nuevo, siguió escribiendo en el suelo. 9 Al oír esto, se fueron retirando uno tras otro, comenzando por los más viejos, hasta dejar a Jesús solo con la mujer, que aún seguía allí. 10 Entonces él se incorporó y le preguntó:
—Mujer, ¿dónde están?[a] ¿Ya nadie te condena?
11 —Nadie, Señor.
Jesús dijo:
—Tampoco yo te condeno. Ahora vete, y no vuelvas a pecar.
Validez del testimonio de Jesús
12 Una vez más Jesús se dirigió a la gente y dijo:
—Yo soy la luz del mundo. El que me sigue no andará en oscuridad, sino que tendrá la luz de la vida.
13 —Tú te presentas como tu propio testigo —alegaron los fariseos—, así que tu testimonio no es válido.
14 —Aunque yo sea mi propio testigo —respondió Jesús—, mi testimonio es válido, porque sé de dónde he venido y a dónde voy. Pero ustedes no saben de dónde vengo ni a dónde voy. 15 Ustedes juzgan según criterios humanos; yo, en cambio, no juzgo a nadie. 16 Y si lo hago, mis juicios son válidos porque no los emito por mi cuenta, sino en unión con el Padre que me envió. 17 En la Ley de ustedes está escrito que el testimonio de dos personas es válido. 18 Yo soy testigo de mí mismo y el Padre que me envió también da testimonio de mí.
19 Ellos preguntaron:
—¿Dónde está tu padre?
Jesús respondió:
—Ustedes no me conocen a mí ni a mi Padre. Si me conocieran, también conocerían a mi Padre.
20 Estas palabras las dijo Jesús en el lugar donde se depositaban las ofrendas, mientras enseñaba en el Templo. Pero nadie le echó mano, porque aún no había llegado su tiempo.
Yo no soy de este mundo
21 De nuevo Jesús les dijo:
—Yo me voy y ustedes me buscarán, pero en su pecado morirán. Adonde yo voy, ustedes no pueden ir.
22 Comentaban, por tanto, los judíos: «¿Acaso piensa suicidarse? ¿Será por eso que dice: “Adonde yo voy, ustedes no pueden ir”?».
23 —Ustedes son de aquí abajo —continuó Jesús—; yo soy de allá arriba. Ustedes son de este mundo; yo no soy de este mundo. 24 Por eso les he dicho que morirán en sus pecados, pues, si no creen que yo soy el que afirmo ser,[b] en sus pecados morirán.
25 —¿Quién eres tú? —le preguntaron.
—En primer lugar, ¿qué tengo que explicarles?[c] —contestó Jesús—. 26 Son muchas las cosas que tengo que decir y juzgar de ustedes. Pero el que me envió es veraz, y lo que le he oído decir es lo mismo que le repito al mundo.
27 Ellos no entendieron que les hablaba de su Padre. 28 Por eso Jesús añadió:
—Cuando hayan levantado al Hijo del hombre, sabrán ustedes que yo soy y que no hago nada por mi propia cuenta, sino que hablo conforme a lo que el Padre me ha enseñado. 29 El que me envió está conmigo; no me ha dejado solo, porque siempre hago lo que le agrada.
30 Mientras aún hablaba, muchos creyeron en él.
Los hijos de Abraham
31 Jesús se dirigió entonces a los judíos que habían creído en él, y les dijo:
—Si se mantienen fieles a mis palabras, serán realmente mis discípulos; 32 y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres.
33 —Nosotros somos descendientes de Abraham —le contestaron—, y nunca hemos sido esclavos de nadie. ¿Cómo puedes decir que seremos liberados?
34 —Les aseguro que todo el que peca es esclavo del pecado —afirmó Jesús—. 35 Ahora bien, el esclavo no se queda para siempre en la familia; pero el hijo sí se queda en ella para siempre. 36 Así que, si el Hijo los libera, serán ustedes verdaderamente libres. 37 Yo sé que ustedes son descendientes de Abraham. Sin embargo, procuran matarme porque no está en sus planes aceptar mi palabra. 38 Yo hablo de lo que he visto en presencia del Padre; y ustedes hacen lo que de su padre han escuchado.
39 —Nuestro padre es Abraham —replicaron.
Entonces Jesús les contestó:
—Si fueran hijos de Abraham, harían lo mismo que él hizo. 40 Ustedes, en cambio, quieren matarme a mí, que les he expuesto la verdad que he recibido de parte de Dios. ¡Abraham jamás hizo algo así! 41 Las obras de ustedes son como las de su padre.
—Nosotros no somos hijos ilegítimos —le reclamaron—. Un solo Padre tenemos y es Dios mismo.
Los hijos del diablo
42 —Si Dios fuera su Padre —contestó Jesús—, ustedes me amarían, porque yo he venido de Dios y aquí me tienen. No he venido por mi propia cuenta, sino que él me envió. 43 ¿Por qué no entienden mi modo de hablar? Porque no pueden aceptar mi palabra. 44 Ustedes son de su padre, el diablo, cuyos deseos quieren cumplir. Desde el principio este ha sido un asesino, y no se mantiene en la verdad, porque no hay verdad en él. Cuando miente, expresa su propia naturaleza, porque es un mentiroso. ¡Es el padre de la mentira! 45 Y sin embargo a mí, que les digo la verdad, no me creen. 46 ¿Quién de ustedes me puede probar que soy culpable de pecado? Si digo la verdad, ¿por qué no me creen? 47 El que es de Dios escucha lo que Dios dice. Pero ustedes no escuchan, porque no son de Dios.
Declaración de Jesús acerca de sí mismo
48 —¿No tenemos razón al decir que eres un samaritano y que estás endemoniado? —replicaron los judíos.
49 —No estoy poseído por ningún demonio —contestó Jesús—. Tan solo honro a mi Padre; pero ustedes me deshonran a mí. 50 Yo no busco mi propia gloria; pero hay uno que la busca y él es el juez. 51 Les aseguro que el que cumple mi palabra nunca morirá.
52 —¡Ahora estamos convencidos de que estás endemoniado! —exclamaron los judíos—. Abraham murió, y también los profetas, pero tú sales diciendo que, si alguno guarda tu palabra, nunca morirá. 53 ¿Acaso eres tú mayor que nuestro padre Abraham? Él murió, y también murieron los profetas. ¿Quién te crees tú?
54 —Si yo me glorifico a mí mismo —les respondió Jesús—, mi gloria no significa nada. Pero quien me glorifica es mi Padre, el que ustedes dicen que es su Dios, 55 aunque no lo conocen. Yo, en cambio, sí lo conozco. Si dijera que no lo conozco, sería tan mentiroso como ustedes; pero lo conozco y cumplo su palabra. 56 Abraham, el padre de ustedes, se regocijó al pensar que vería mi día; y lo vio y se alegró.
57 —Ni a los cincuenta años llegas —dijeron los judíos—, ¿y has visto a Abraham?
58 Jesús afirmó:
—Les aseguro que, antes de que Abraham naciera, ¡yo soy!
59 Entonces los judíos tomaron piedras para arrojárselas, pero Jesús se escondió y salió inadvertido del Templo.[d]
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