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Por la entrada del norte del templo llegaron seis hombres. Los vi llegar con sus armas y pararse junto al altar de bronce. Entre ellos había un hombre con ropa de lino. Por los utensilios que llevaba a la cintura, se veía que era un escritor. En ese momento el gran esplendor de Dios, que hasta entonces había estado sobre los seres de apariencia extraña, se elevó de allí y fue a detenerse a la entrada del templo.

Dios llamó al escritor y le dio la siguiente orden:

«Ve a recorrer la ciudad de Jerusalén, y pon una marca en la frente de todos los que realmente estén tristes por las acciones tan repugnantes que se cometen en la ciudad».

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