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Fuiste como un bebé abandonado al nacer. Nadie te cortó el cordón umbilical, no te lavaron con agua como es la costumbre. Nadie te frotó con sal para desinfectarte ni te envolvió en pañales. Nadie te mostró la menor compasión ni te consoló. El día en que naciste fuiste rechazada y abandonada. Luego pasé y te vi revolcándote en tu sangre. Te dije: “¡Vive!” Aunque estabas cubierta en sangre te dije: “¡Vive!”

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