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Cuando naciste nadie te cuidó como es debido. Cuando primero te vi, tu cordón umbilical no había sido cortado, ni se te había lavado, ni frotado con sal, ni fajado, como es la costumbre en estos casos. Nadie tenía el menor interés en ti; nadie se compadeció de ti ni te cuidó. En aquel día en que naciste fuiste arrojada en el campo y dejada para morir.

»Pero yo pasé por allí y te vi cubierta con tu propia sangre y te dije: ¡Vive!

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