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El rey le preguntó:

―¿Y quién es ese que se ha atrevido a concebir semejante barbaridad? ¿Dónde está?

―¡El adversario y enemigo es este miserable Amán! —respondió Ester.

Amán quedó aterrorizado ante el rey y la reina. El rey se levantó enfurecido, dejó de beber y salió al jardín del palacio. Pero Amán, dándose cuenta de que el rey ya había decidido su fin, se quedó para implorarle a la reina Ester que le perdonara la vida.

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