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Todos los judíos de cada provincia y lugar adonde llegaba el decreto del rey se vestían de luto, y ayunaban y hacían grandes lamentos. Muchos de ellos dormían cubiertos de cilicio y ceniza.

Las doncellas y los eunucos de la reina Ester fueron y le contaron lo que sucedía. Ella se condolió grandemente de Mardoqueo y le envió vestidos para que se quitara el cilicio, pero él no los aceptó. Entonces Ester llamó a Hatac, que era uno de los eunucos del rey, y que él mismo había puesto al servicio de ella, y lo mandó a Mardoqueo, para que averiguara qué sucedía y por qué estaba vestido así.

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