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Saludo

Pablo, apóstol de Jesucristo por designio de Dios, a los miembros del pueblo de Dios que residen en Éfeso y creen en Cristo Jesús. Que Dios, nuestro Padre, y Jesucristo, el Señor, os concedan gracia y paz.

I.— EL PLAN SALVADOR DE DIOS EN CRISTO (1,3—3,21)

Elegidos y bendecidos en Cristo

Alabemos a Dios,
Padre de nuestro Señor Jesucristo,
que por medio de Cristo nos ha bendecido
con toda suerte de bienes
espirituales y celestiales.
Él nos ha elegido en la persona de Cristo
antes de crear el mundo,
para que nos mantengamos
sin mancha ante sus ojos,
como corresponde a consagrados a él.
Amorosamente nos ha destinado de antemano,
y por pura iniciativa de su benevolencia,
a ser adoptados como hijos suyos
mediante Jesucristo.
De este modo, la bondad
tan generosamente derramada sobre nosotros
por medio de su Hijo querido,
se convierte en himno
de alabanza a su gloria.
Con la muerte de su Hijo,
y en virtud de la riqueza de su bondad,
Dios nos libera y nos perdona los pecados.
¡Qué derroche de gracia sobre nosotros,
al llenarnos de sabiduría e inteligencia
y darnos a conocer sus designios más secretos!
Los designios que benévolamente
había decidido realizar
por medio de Cristo,
10 llevando la historia
a su punto culminante
y haciendo que todas las cosas,
las del cielo y las de la tierra,
recuperen en Cristo su unidad.
11 El mismo Cristo en quien también nosotros
participamos de la herencia
a la que hemos sido destinados de antemano
según el designio del Dios
que todo lo hace de acuerdo
con los planes de su libre decisión.
12 Así, nosotros, los que habíamos puesto
nuestra esperanza en el Mesías,
nos convertiremos en himno
de alabanza a su gloria.
13 Y también vosotros,
los que habéis escuchado
el mensaje de la verdad,
la buena noticia de vuestra salvación,
al creer en Cristo
habéis sido sellados
con el Espíritu Santo prometido,
14 que es garantía de nuestra herencia,
en orden a la liberación
del pueblo adquirido por Dios,
para convertirse en himno
de alabanza a su gloria.

Supremacía de Cristo

15 Por eso yo, al tener noticias de vuestra fe en Jesús, el Señor, y del amor que dispensáis a los creyentes, 16 os recuerdo en mis oraciones y no me canso de dar gracias a Dios por vosotros.

17 Que el Dios de nuestro Señor Jesucristo, el Padre a quien pertenece la gloria, os otorgue un espíritu de sabiduría y de revelación que os lo haga conocer. 18 Que llene de luz los ojos de vuestro corazón para que conozcáis cuál es la esperanza a la que os llama, qué inmensa es la gloria que ofrece en herencia a su pueblo 19 y qué formidable la potencia que despliega en favor de nosotros los creyentes, manifestada en la eficacia de su fuerza poderosa.

20 Es el poder que Dios desplegó en Cristo al resucitarlo triunfante de la muerte y sentarlo en el cielo junto a sí, 21 por encima de todo principado, potestad, autoridad y dominio, y por encima de cualquier otro título que se precie de tal, no sólo en este mundo presente, sino también en el futuro. 22 Todo lo ha puesto Dios bajo el dominio* de Cristo, constituyéndolo cabeza suprema de la Iglesia 23 que es el cuerpo de Cristo, y, como tal, plenitud del que llena totalmente el universo.