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Con excepción de David, Ezequías y Josías,
todos los otros reyes de Judá
llevaron una vida mala
y abandonaron la ley del Altísimo.
Por eso Dios entregó su poder a otros,
y su gloria pasó a una nación extranjera e insensata,
que incendió la ciudad santa
y asoló sus calles.

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