Él arrojó al mar
    los carros y el ejército del faraón.
Los mejores oficiales egipcios
    se ahogaron en el mar Rojo.
Las aguas profundas se los tragaron;
    como piedras se hundieron en los abismos.
Tu diestra, Señor, reveló su gran poder;
    tu diestra, Señor, despedazó al enemigo.

Fue tan grande tu victoria
    que derribaste a tus oponentes;
diste rienda suelta a tu ardiente ira
    y fueron consumidos como rastrojo.
Bastó un soplo de tu nariz
    para que se amontonaran las aguas.
Las olas se levantaron como un muro;
    se inmovilizaron las aguas en el fondo del mar.
«Iré tras ellos y les daré alcance
    —alardeaba el enemigo—.
Repartiré sus despojos
    hasta quedar hastiado.
¡Desenvainaré la espada
    y los destruiré con mi propia mano!».
10 Pero con un soplo tuyo se los tragó el mar;
    se hundieron como plomo en las aguas turbulentas.
11 ¿Quién, Señor, se te compara entre los dioses?
    ¿Quién se te compara en grandeza y santidad?
Tú, Hacedor de maravillas,
    nos impresionas con tus portentos.

12 Extendiste tu brazo derecho,
    ¡y se los tragó la tierra!

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