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Y así fue. Se reunieron los sátrapas, prefectos, gobernadores, consejeros, tesoreros, juristas y jueces, así como los que tenían alguna autoridad en la provincia, para presenciar la dedicación de la estatua que el rey Nabucodonosor había mandado erigir. Todos formaron ante la estatua erigida por el rey Nabucodonosor. El heraldo proclamó con todas sus fuerzas:

— A la gente de todos los pueblos, naciones y lenguas, se les hace saber que, en cuanto oigan el sonido de los cuernos, flautas, cítaras, liras, arpas, zampoñas y demás instrumentos musicales, deberán postrarse para adorar la estatua de oro erigida por el rey Nabucodonosor.

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