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Al oír la voz de mi amado,
sentí que me moría.
Le abrí la puerta,
pero él se había marchado;
¡ya no estaba allí!
Me dispuse a seguirlo:
lo busqué y no lo encontré;
lo llamé y no me respondió.
Me topé con los guardias,
con los que vigilan la ciudad;
y ellos me hirieron, me golpearon,
¡y me dejaron desnuda!

Mujeres de Jerusalén,
quiero que me prometan
que, si encuentran a mi amado,
le digan que...
¡Que me estoy muriendo de amor!

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