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Apenas hube pasado de ellos un poco,
Hallé luego al que ama mi alma;
Lo agarré, y no lo solté,
Hasta que lo introduje en casa de mi madre,
En la alcoba de la que me dio a luz.
Yo os conjuro, oh doncellas de Jerusalén,
Por los corzos y por las ciervas del campo,
Que no despertéis ni hagáis velar al amor,
Hasta que quiera.

El cortejo de bodas

¿Qué es eso que sube del desierto como una columna de humo,
Como nube de mirra y de incienso
Y de todo polvo aromático?

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