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Aunque se escondan en lo profundo del sepulcro,
    de allí los sacará mi mano.
Aunque suban hasta el cielo,
    de allí los derribaré.
Aunque se oculten en la cumbre del Carmelo,
    allí los buscaré y los atraparé.
Aunque de mí se escondan en el fondo del mar,
    allí ordenaré a la serpiente que los muerda.
Aunque vayan al destierro delante de sus enemigos,
    allí ordenaré que los mate la espada.
Para mal, y no para bien,
    fijaré en ellos mis ojos».

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