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Esto lo hacía con todos los israelitas que acudían al rey para que les hiciera justicia, y así se iba ganando la buena voluntad del pueblo de Israel.

Así pasaron cuatro años, y un día Absalón le dijo al rey:

«Ruego a Su Majestad me permita ir a Hebrón. Debo cumplir con mis votos al Señor. Cuando este siervo de Su Majestad aún vivía en Gesur, en Siria, le hizo esta promesa al Señor: “Si tú, Señor, me permites volver a Jerusalén, yo te serviré.”»

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