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La mujer se marchó y se encerró en casa con sus hijos. Ellos le acercaban las vasijas, y ella echaba el aceite. Cuando llenó todas las vasijas, pidió a uno de sus hijos:

— Acércame otra vasija.

Pero él le dijo:

— Ya no quedan más.

Entonces se agotó el aceite. La mujer fue a contárselo al profeta y este le dijo:

— Ahora vende el aceite, paga a tu acreedor y con el resto podréis vivir tú y tus hijos.

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