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Fue un hombre muy perverso, pero no tanto como lo habían sido su padre y su madre, porque al menos él derribó el altar de Baal, que su padre había construido. Sin embargo, siguió practicando el gran pecado de Jeroboán hijo de Nabat, quien había hecho que el pueblo de Israel adorara ídolos.

El rey Mesá, de Moab, y su pueblo eran criadores de ovejas. Pagaban a Israel un tributo anual de cien mil corderos y la lana de cien mil carneros;

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