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Pero apenas terminó de hablar, le dio un dolor de estómago tan fuerte, que no se le quitaba con nada. Y es que el Dios de Israel, que todo lo ve, lo castigó con una enfermedad incurable y desconocida. Ese castigo era muy justo, pues él había torturado a muchos, y les había causado gran dolor.

A pesar de eso, Antíoco no dejó de sentirse superior a todos. Como aún se sentía muy fuerte, y estaba lleno de odio contra los judíos, ordenó que fueran más rápido. Entonces el carruaje cobró velocidad y se sacudió tan fuerte que Antíoco se cayó y sufrió un terrible accidente. Todo su cuerpo quedó muy maltratado.

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