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Dios protege los tesoros del templo

En tiempos del sumo sacerdote Onías, la ciudad santa de Jerusalén vivía en completa paz, y las leyes eran cumplidas del modo más exacto, porque él era un hombre piadoso, que odiaba la maldad. Los mismos reyes rendían honores al santuario y aumentaban la gloria del templo con magníficos regalos. Aun Seleuco, rey de Asia, sostenía de sus propias rentas los gastos para la celebración de los sacrificios.

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