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Con Antíoco venía Lisias, que era su tutor y jefe de gobierno. Lisias marchaba con un ejército de ciento diez mil soldados griegos, cinco mil trescientos hombres de caballería, veintidós elefantes y trescientos carros de guerra con cuchillas en los ejes.

A ellos dos se les unió Menelao, a quien no le interesaba la libertad de su país, sino recuperar su puesto de jefe de los sacerdotes. Con esa mala intención Menelao animaba a Antíoco a seguir adelante con su plan. Sin embargo, Lisias convenció al rey de que Menelao tenía la culpa de todos los males. Entonces, Dios, que es el rey del universo, hizo que Antíoco se enfureciera contra el malvado Lisias.

El rey Antíoco ordenó entonces que llevaran a Menelao a la ciudad de Berea, y que allí lo ejecutaran según la costumbre de ese lugar.

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