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Llevaba en los pies botas de bronce y una jabalina del mismo metal a la espalda. El asta de su lanza era como un madero de telar y su punta de hierro pesaba seiscientos siclos. Delante de él iba su escudero. Goliat se detuvo y gritó a los escuadrones israelitas:

— ¿Cómo es que salen en orden de batalla? Yo soy el filisteo y ustedes los servidores de Saúl. Elijan a uno que venga hasta aquí.

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