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Sí, aquí hay uno —dijo el rey Acab—, pero yo lo odio, porque jamás me profetiza algo bueno, sino todo lo malo. Su nombre es Micaías hijo de Imlá.

―¡Vamos! —respondió Josafat—. No digas tal cosa.

Entonces el rey Acab llamó a uno de sus sirvientes y le dijo:

―Ve a buscar a Micaías. ¡Date prisa!

10 Entre tanto, todos los profetas seguían dando sus profecías delante de los dos reyes, que estaban con sus vestiduras reales, sentados en los tronos colocados en la era junto a la puerta de la ciudad.

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