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Cuando el rey Jeroboán escuchó las palabras que aquel varón de Dios pronunció en contra del altar de Betel, lleno de ira extendió el brazo y ordenó: «¡Deténganlo!» Pero el brazo que había extendido se le secó, y ya no lo pudo doblar. Y en efecto, el altar se hizo pedazos y las cenizas se esparcieron, con lo que se cumplió la señal que el varón de Dios había anunciado por órdenes del Señor. Entonces el rey le dijo al varón de Dios:

«Te pido que ruegues por mí ante el Señor tu Dios, para que mi brazo sea sanado.»

El varón de Dios rogó al Señor, y el brazo del rey fue sanado y volvió a estar como antes.

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