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Cuando Matatías vio las injurias que se hacían a Dios en Judea y en Jerusalén, exclamó: «¡Qué desgracia! ¡Haber nacido para ver la ruina de mi pueblo y de la ciudad santa, y tener que quedarme con los brazos cruzados mientras que ella cae en manos de sus enemigos y el templo queda en poder de extranjeros! Su santuario está como un hombre que ha perdido su honor,

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