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Hizo que muchos cautivos regresaran a su patria;
se adueñó de Guézer, de Bet-sur
y de la ciudadela de Jerusalén,
y sacó de allí todos los objetos impuros.
No hubo nadie que le opusiera resistencia.

La gente cultivaba en paz sus campos,
la tierra producía sus cosechas,
los árboles de la llanura daban sus frutos.
Los ancianos, sentados en las plazas,
comentaban la prosperidad de que disfrutaban,
mientras los jóvenes lucían
sus gloriosos uniformes militares.

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