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Cuarto canto

La amada

Cierta noche, mientras dormía, se me despertó en sueños el corazón. Oí la voz de mi amado; ¡llamaba a la puerta de mi recámara! «Ábreme, amada mía; amor mío, mi linda paloma», decía, «pues mi cabeza está empapada de rocío; la humedad de la noche corre por mi cabello».

Pero yo le dije: «Ya me desvestí. ¿Me visto otra vez? Ya me lavé los pies; ¿me los vuelvo a ensuciar?».

Mi amado trataba de abrir el cerrojo de la puerta, y mi corazón se estremeció. Salté para abrirle; mis manos destilaban perfume y mis dedos preciosa mirra cuando empujé el cerrojo. Le abrí a mi amado, pero ya no estaba. El corazón se me detuvo. Lo busqué y no pude hallarlo en ninguna parte. Lo llamé, pero no hubo respuesta. Los centinelas me encontraron mientras rondaban la ciudad, me golpearon y me hirieron. Los vigilantes de la torre me arrancaron el velo. Les ruego, mujeres de Jerusalén, que si encuentran a mi amado, le digan que me muero de amor.

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