18 Por eso les hizo dar un rodeo por el camino del desierto, en dirección al mar Rojo.

Los israelitas salieron de Egipto en formación de combate.

19 Moisés se llevó consigo los restos de José, según este se lo había pedido a los israelitas bajo juramento. Estas habían sido las palabras de José: «Sin duda Dios vendrá a ayudarlos. Cuando esto ocurra, ustedes deberán llevarse de aquí mis huesos».

20 Los israelitas partieron de Sucot y acamparon en Etam, donde comienza el desierto. 21 De día, el Señor iba al frente de ellos en una columna de nube para indicarles el camino; de noche, los alumbraba con una columna de fuego. De ese modo, podían viajar de día y de noche. 22 Jamás la columna de nube dejaba de guiar al pueblo durante el día ni la columna de fuego durante la noche.

14 El Señor habló con Moisés y le dijo: «Ordénales a los israelitas que regresen y acampen frente a Pi Hajirot, entre Migdol y el mar. Que acampen junto al mar, frente a Baal Zefón. El faraón va a pensar: “Los israelitas andan perdidos en esa tierra. ¡El desierto los tiene acorralados!”. Yo, por mi parte, endureceré el corazón del faraón para que los persiga. Voy a cubrirme de gloria a costa del faraón y de todo su ejército. ¡Y los egipcios sabrán que yo soy el Señor!».

Así lo hicieron los israelitas.

Y cuando el rey de Egipto se enteró de que el pueblo se había escapado, tanto él como sus funcionarios cambiaron de parecer en cuanto a los israelitas y dijeron: «Pero ¡qué hemos hecho! ¿Cómo pudimos dejar que se fueran los israelitas y abandonaran su trabajo?». Al momento ordenó el faraón que prepararan su carro, tomó su ejército, se llevó consigo seiscientos de los mejores carros y todos los demás carros de Egipto, cada uno de ellos bajo el mando de un oficial. El Señor endureció el corazón del faraón, rey de Egipto, para que saliera en persecución de los israelitas, los cuales marchaban con aire triunfal. Todo el ejército del faraón —caballos, carros, jinetes y tropas de Egipto—, salió tras los israelitas y les dio alcance cuando estos acampaban junto al mar, cerca de Pi Hajirot y frente a Baal Zefón.

10 El faraón iba acercándose. Cuando los israelitas se fijaron y vieron a los egipcios pisándoles los talones, sintieron mucho miedo y clamaron al Señor. 11 Entonces le reclamaron a Moisés:

—¿Acaso no había sepulcros en Egipto, que nos sacaste de allá para morir en el desierto? ¿Qué has hecho con nosotros? ¿Para qué nos sacaste de Egipto? 12 Ya en Egipto te decíamos: “¡Déjanos en paz! ¡Preferimos servir a los egipcios!”. ¡Mejor nos hubiera sido servir a los egipcios que morir en el desierto!

13 —No tengan miedo —les respondió Moisés—. Mantengan sus posiciones, que hoy mismo serán testigos de la salvación que el Señor realizará en favor de ustedes. A esos egipcios que hoy ven, ¡jamás volverán a verlos! 14 Ustedes quédense quietos, que el Señor presentará batalla por ustedes.

15 Pero el Señor dijo a Moisés: «¿Por qué clamas a mí? ¡Ordena a los israelitas que se pongan en marcha! 16 Y tú, levanta tu vara, extiende tu brazo sobre el mar y divide las aguas, para que los israelitas lo crucen sobre terreno seco. 17 Yo voy a endurecer el corazón de los egipcios, para que los persigan. Voy a cubrirme de gloria a costa del faraón y de su ejército, y de sus carros y jinetes. 18 Y cuando me haya cubierto de gloria a costa del faraón, sus carros y jinetes, los egipcios sabrán que yo soy el Señor».

19 Entonces el ángel de Dios, que marchaba al frente del ejército israelita, se dio vuelta y fue a situarse detrás de este. Lo mismo sucedió con la columna de nube, que dejó su puesto de vanguardia y se desplazó hacia la retaguardia, 20 quedando entre los egipcios y los israelitas. Durante toda la noche, la nube fue oscuridad para unos y luz para otros, así que en toda esa noche no pudieron acercarse los unos a los otros.

21 Moisés extendió su brazo sobre el mar, y toda la noche el Señor envió sobre el mar un recio viento del este que lo hizo retroceder, convirtiéndolo en tierra seca. Las aguas del mar se dividieron 22 y los israelitas lo cruzaron sobre tierra seca. El mar era para ellos una muralla de agua a la derecha y otra a la izquierda.

23 Los egipcios los persiguieron. Todos los caballos y carros del faraón con todos sus jinetes entraron en el mar tras ellos. 24 Cuando ya estaba por amanecer, el Señor miró al ejército egipcio desde la columna de fuego y de nube, y sembró la confusión entre ellos: 25 hizo que las ruedas de sus carros se atascaran, de modo que se les hacía muy difícil avanzar. Entonces exclamaron los egipcios: «¡Alejémonos de los israelitas, pues el Señor está peleando por ellos y contra nosotros!».

26 Entonces el Señor dijo a Moisés: «Extiende tu brazo sobre el mar, para que las aguas se vuelvan contra los egipcios y contra sus carros y jinetes». 27 Moisés extendió su brazo sobre el mar y, al despuntar el alba, el agua volvió a su estado normal. Los egipcios, en su huida, se toparon con el mar. Así el Señor los hundió en el fondo del mar. 28 Al recobrar las aguas su estado normal, se tragaron a todos los carros y jinetes del faraón, y a todo el ejército que había entrado al mar para perseguir a los israelitas. Ninguno de ellos quedó con vida.

29 Los israelitas, sin embargo, cruzaron el mar sobre tierra seca, pues para ellos el mar formó una muralla de agua a la derecha y otra a la izquierda. 30 En ese día el Señor salvó a Israel del poder de Egipto. Los israelitas vieron los cadáveres de los egipcios tendidos a la orilla del mar. 31 Y al ver los israelitas el gran poder que el Señor había desplegado en contra de los egipcios, temieron al Señor y creyeron en él y en su siervo Moisés.

El cántico de Moisés

15 Entonces Moisés y los israelitas entonaron un cántico en honor del Señor, que decía:

Cantaré al Señor, que se ha coronado de triunfo
    arrojando al mar caballos y jinetes.

El Señor es mi fuerza y mi canción;
    ¡él es mi salvación!
Él es mi Dios y lo alabaré;
    es el Dios de mi padre y lo enalteceré.
El Señor es un guerrero;
    su nombre es el Señor.
Él arrojó al mar
    los carros y el ejército del faraón.
Los mejores oficiales egipcios
    se ahogaron en el mar Rojo.
Las aguas profundas se los tragaron;
    como piedras se hundieron en los abismos.
Tu diestra, Señor, reveló su gran poder;
    tu diestra, Señor, despedazó al enemigo.

Fue tan grande tu victoria
    que derribaste a tus oponentes;
diste rienda suelta a tu ardiente ira
    y fueron consumidos como rastrojo.
Bastó un soplo de tu nariz
    para que se amontonaran las aguas.
Las olas se levantaron como un muro;
    se inmovilizaron las aguas en el fondo del mar.
«Iré tras ellos y les daré alcance
    —alardeaba el enemigo—.
Repartiré sus despojos
    hasta quedar hastiado.
¡Desenvainaré la espada
    y los destruiré con mi propia mano!».
10 Pero con un soplo tuyo se los tragó el mar;
    se hundieron como plomo en las aguas turbulentas.
11 ¿Quién, Señor, se te compara entre los dioses?
    ¿Quién se te compara en grandeza y santidad?
Tú, Hacedor de maravillas,
    nos impresionas con tus portentos.

12 Extendiste tu brazo derecho,
    ¡y se los tragó la tierra!
13 Por tu gran amor guías al pueblo que has rescatado;
    por tu fuerza los llevas a tu santa morada.
14 Las naciones temblarán al escucharlo;
    la angustia dominará a los filisteos.
15 Los jefes edomitas se llenarán de terror;
    temblarán de miedo los jefes de Moab.
Los cananeos perderán el ánimo,
16     pues caerá sobre ellos pavor y espanto.
Por tu gran poder, Señor,
    quedarán mudos como piedras
hasta que haya pasado tu pueblo,
    el pueblo que adquiriste para ti.
17 Tú los harás entrar y los plantarás
    en el monte que te pertenece;
en el lugar donde tú, Señor, habitas;
    en el santuario que tú, Señor, te hiciste.

18 ¡El Señor reina por siempre y para siempre!

El cántico de Miriam

19 Cuando los caballos y los carros del faraón entraron en el mar con sus jinetes,[a] el Señor hizo que las aguas se les vinieran encima. Los israelitas, sin embargo, cruzaron el mar sobre tierra seca.

Footnotes

  1. 15:19 jinetes. Es decir, los conductores de los carros.

La autoridad de Jesús puesta en duda(A)

23 Jesús entró en el Templo y, mientras enseñaba, se acercaron los jefes de los sacerdotes y los líderes religiosos del pueblo.

—¿Con qué autoridad haces esto? —lo interrogaron—. ¿Quién te dio esa autoridad?

24 Él respondió:

—Yo también voy a hacerles una pregunta. Si me la contestan, les diré con qué autoridad hago esto. 25 El bautismo de Juan, ¿de dónde procedía? ¿Del cielo o de los hombres?

Ellos comenzaron a discutir entre sí: «Si respondemos “del cielo”, nos dirá “entonces, ¿por qué no le creyeron?”. 26 Pero si decimos “de los hombres”, tememos al pueblo, porque todos consideran que Juan era un profeta». 27 Así que respondieron a Jesús:

—No lo sabemos.

—Pues yo tampoco les voy a decir con qué autoridad hago esto —dijo Jesús.

Parábola de los dos hijos

28 »¿Qué les parece? —continuó Jesús—. Había un hombre que tenía dos hijos. Se dirigió al primero y dijo: “Hijo, ve a trabajar hoy en el viñedo”. 29 “No quiero”, contestó, pero después se arrepintió y fue. 30 Luego, el padre se dirigió al otro hijo y le pidió lo mismo. Este contestó: “Sí, señor”; pero no fue. 31 ¿Cuál de los dos hizo lo que su padre quería?».

—El primero —contestaron ellos.

Jesús dijo:

—Les aseguro que los recaudadores de impuestos y las prostitutas van delante de ustedes en el reino de Dios. 32 Porque Juan vino a señalarles el camino de la justicia y no le creyeron, pero los recaudadores de impuestos y las prostitutas sí creyeron en él. Incluso después de ver esto, ustedes no se arrepintieron para creerle.

Parábola de los labradores malvados(B)

33 »Escuchen otra parábola: Había un propietario que plantó un viñedo. Lo cercó, cavó un lagar y construyó una torre de vigilancia. Luego arrendó el viñedo a unos labradores y se fue de viaje. 34 Cuando se acercó el tiempo de la cosecha, mandó sus siervos a los labradores para recibir de estos lo que le correspondía. 35 Los labradores agarraron a esos siervos; golpearon a uno, mataron a otro y apedrearon a un tercero. 36 Después mandó otros siervos, en mayor número que la primera vez, y también los maltrataron.

37 »Por último mandó a su propio hijo, pensando: “¡A mi hijo sí lo respetarán!”. 38 Pero cuando los labradores vieron al hijo, se dijeron unos a otros: “Este es el heredero. Matémoslo para quedarnos con su herencia”. 39 Así que le echaron mano, lo arrojaron fuera del viñedo y lo mataron.

40 »Ahora bien, cuando vuelva el dueño, ¿qué hará con esos labradores?».

41 —Hará que esos malvados tengan un fin miserable —respondieron— y arrendará el viñedo a otros labradores que le darán lo que corresponde cuando llegue el tiempo de la cosecha.

42 Les dijo Jesús:

—¿No han leído nunca en las Escrituras:

»“La piedra que desecharon los constructores
    ha llegado a ser la piedra angular.
Esto ha sido obra del Señor
    y nos deja maravillados”?[a]

43 »Por eso digo que el reino de Dios se les quitará a ustedes y se le entregará a un pueblo que produzca los frutos del reino. 44 El que caiga sobre esta piedra quedará despedazado y, si ella cae sobre alguien, lo hará polvo».[b]

45 Cuando los jefes de los sacerdotes y los fariseos oyeron las parábolas de Jesús, se dieron cuenta de que hablaba de ellos. 46 Buscaban la manera de arrestarlo, pero temían a la gente, porque esta lo consideraba un profeta.

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Footnotes

  1. 21:42 Sal 118:22,23.
  2. 21:44 Var. no incluye v. 44.

Salmo de David.

26 Hazme justicia, Señor,
    pues he vivido en integridad;
    ¡en el Señor confío sin titubear!
Examíname, Señor, ¡ponme a prueba!,
    purifica mi corazón y mi mente.
Tu gran amor lo tengo presente
    y siempre ando en tu verdad.

Yo no convivo con los mentirosos
    ni me junto con los hipócritas;
aborrezco la compañía de los malvados;
    no cultivo la amistad de los perversos.
Con manos limpias e inocentes
    camino, Señor, en torno a tu altar,
proclamando en voz alta tu alabanza
    y contando todas tus maravillas.

Señor, yo amo la casa donde vives,
    el lugar donde reside tu gloria.
No me quites la vida junto a los pecadores
    ni me hagas correr la suerte de los asesinos,
10 entre gente que tiene las manos
    llenas de artimañas y sobornos.
11 Yo, en cambio, vivo en integridad;
    líbrame y compadécete de mí.

12 Tengo los pies en terreno firme
    y en la gran asamblea bendeciré al Señor.

16 Hay seis cosas que el Señor aborrece

y siete que le son detestables:

17 los ojos que se enaltecen,

la lengua que miente,

las manos que derraman sangre inocente,

18 el corazón que trama planes perversos,

los pies que corren a hacer lo malo,

19 el testigo falso que propaga mentiras

y el que siembra discordia entre hermanos.

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