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Jesús sana al criado del centurión
Al entrar Jesús en Capernaúm, se acercó un centurión y le suplicó:
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Pero el centurión respondió: «Señor, no soy digno de que Tú entres bajo mi techo; solamente di la palabra y mi criado quedará sano.
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Entonces Jesús dijo al centurión: «Vete; así como has creído , te sea hecho». Y el criado fue sanado en esa misma hora.
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El centurión y los que estaban con él custodiando a Jesús, cuando vieron el terremoto y las cosas que sucedían, se asustaron mucho, y dijeron: «En verdad este era Hijo de Dios».
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Viendo el centurión que estaba frente a Él, la manera en que expiró, dijo: «En verdad este hombre era Hijo de Dios».
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Pilato se sorprendió de que ya hubiera muerto, y llamando al centurión, le preguntó si ya estaba muerto.
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Y al comprobar esto por medio del centurión, le concedió el cuerpo a José,
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Jesús sana al siervo del centurión
Cuando terminó todas Sus palabras al pueblo que le oía, Jesús se fue a Capernaúm.
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Y el siervo de cierto centurión, a quien este apreciaba mucho, estaba enfermo y a punto de morir.
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Al oír hablar de Jesús, el centurión envió a Él unos ancianos de los judíos, pidiendo que viniera y salvara a su siervo.
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Cuando ellos llegaron a Jesús, le rogaron con insistencia, diciendo: «El centurión es digno de que le concedas esto;
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Jesús iba con ellos, pero cuando ya no estaba lejos de la casa, el centurión envió a unos amigos, diciendo: «Señor, no te molestes más, porque no soy digno de que Tú entres bajo mi techo;
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Al ver el centurión lo que había sucedido, glorificaba a Dios, diciendo: «Ciertamente, este hombre era inocente».
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La visión de Cornelio
Había en Cesarea un hombre llamado Cornelio, centurión de la cohorte llamada la Italiana,
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Y ellos dijeron: «A Cornelio el centurión, un hombre justo y temeroso de Dios, y que es muy estimado por toda la nación de los judíos, le fue ordenado por un santo ángel que hiciera venir a usted a su casa para oír sus palabras».
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Inmediatamente tomó consigo algunos soldados y centuriones, y corrió hacia ellos; cuando el pueblo vio al comandante y a los soldados, dejaron de golpear a Pablo.
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Cuando lo estiraron con correas, Pablo dijo al centurión que estaba allí: «¿Les es lícito azotar a un ciudadano romano sin haberle hecho juicio?».
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Al oír esto el centurión, fue al comandante y le avisó: «¿Qué vas a hacer? Porque este hombre es ciudadano romano».
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Pablo, llamando a uno de los centuriones, dijo: «Lleva a este joven al comandante, porque tiene algo que informarle».
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Y llamando a dos de los centuriones, dijo: «Preparen 200 soldados para las nueve de la noche, con setenta jinetes y 200 lanceros, para que vayan a Cesarea».
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Y dio órdenes al centurión de que tuviera a Pablo bajo custodia, pero con alguna medida de libertad, y que no impidiera a ninguno de sus amigos que lo sirvieran.
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Pablo sale para Roma
Cuando se decidió que deberíamos embarcarnos para Italia, fueron entregados Pablo y algunos otros presos a un centurión de la compañía Augusta, llamado Julio.
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Allí el centurión halló una nave alejandrina que iba para Italia, y nos embarcó en ella.
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Pero el centurión se persuadió más por lo que fue dicho por el piloto y el capitán del barco, que por lo que Pablo decía.
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Pablo dijo al centurión y a los soldados: «Si estos no permanecen en la nave, ustedes no podrán salvarse».