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y le respondí:

―¡Que viva el rey para siempre! ¿Cómo no he de estar triste, si la ciudad donde están los sepulcros de mis padres se halla en ruinas, con sus puertas consumidas por el fuego?

―¿Qué quieres que haga? —replicó el rey.

Encomendándome al Dios del cielo, le respondí:

―Si al rey le parece bien, y si este tu siervo es digno de tu favor, te ruego que me envíes a Judá para reedificar la ciudad donde están los sepulcros de mis padres.

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