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el rey me preguntó:

— Si no estás enfermo, ¿por qué está triste tu semblante? Sólo puede ser porque tienes el corazón afligido.

Me asuste mucho y contesté al rey:

— ¡Viva el rey para siempre! ¿Cómo no voy a estar triste si la ciudad donde se hallan los sepulcros de mis antepasados está desolada y sus puertas devoradas por el fuego?

— ¿Qué necesitas? —me preguntó el rey—.

Entonces yo me encomendé al Rey de los cielos

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