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Aun los chacales dan las ubres para amamantar a sus cachorros,
pero la hija de mi pueblo es cruel como los avestruces del desierto.

De sed se le pega al niño de pecho la lengua al paladar;
los pequeñuelos piden pan, y no hay quien se lo dé.

Los que comían delicados manjares desfallecen por las calles;
los que se criaron entre púrpura se abrazan a los estercoleros.

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