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Los marineros tuvieron miedo y cada uno clamaba a su dios. Luego echaron al mar los enseres que había en la nave, para descargarla de ellos. Mientras tanto, Jonás había bajado al interior de la nave y se había echado a dormir. Entonces el patrón de la nave se le acercó y le dijo: «¿Qué tienes, dormilón? Levántate y clama a tu Dios. Quizá tenga compasión de nosotros y no perezcamos.»

Entre tanto, cada uno decía a su compañero:

«Venid y echemos suertes, para que sepamos quién es el culpable de que nos haya venido este mal.»

Echaron, pues, suertes, y la suerte cayó sobre Jonás.

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