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Las costumbres de esos pueblos
    no valen nada.
Cortan un tronco del bosque
    y un artesano lo labra con su cincel.
Lo adornan luego con oro y plata,
    y lo aseguran con clavo y martillo
    para que no se caiga.
Los ídolos parecen espantapájaros
    en un cultivo de melones.
No pueden hablar y tienen que cargarlos
    porque no pueden caminar.
Así que no les tengan miedo a esos ídolos,
    pues no les pueden hacer ningún mal;
    ¡y mucho menos les podrán hacer algún bien!»

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