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Entonces el Señor me dijo: «Esta entrada debe permanecer cerrada; nunca volverá a abrirse. Nadie jamás la abrirá ni entrará por ella, pues el Señor, Dios de Israel, entró por aquí. Por lo tanto, permanecerá siempre cerrada. Únicamente el príncipe podrá sentarse debajo de esta entrada para disfrutar de una comida en la presencia del Señor; pero solo podrá entrar y salir por la antesala de la entrada».

Luego el hombre me llevó por la entrada norte hasta el frente del templo. Miré y vi que la gloria del Señor llenaba el templo del Señor, así que caí al suelo rostro en tierra.

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