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Los sacerdotes no podían entrar en la casa del Señor, porque la gloria del Señor llenaba la casa del Señor(A). Y todos los israelitas, viendo descender el fuego y la gloria del Señor sobre la casa, se postraron rostro en tierra sobre el pavimento y adoraron y alabaron al Señor, diciendo: «Ciertamente Él es bueno; ciertamente Su misericordia es para siempre(B)».

Entonces el rey y todo el pueblo ofrecieron sacrificio delante del Señor(C).

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