Pero ella le respondía: —¡Cállate y déjame en paz! No me engañes. Mi hijo ha muerto. Diariamente ella se levantaba y miraba atentamente hacia el camino por donde debía venir su hijo, y no le hacía caso a nadie. Al atardecer, entraba y comenzaba a lamentarse, y lloraba toda la noche sin poder dormir.
Pero ella le contestó: —No trates de engañarme. ¡Nuestro hijo está muerto! ¡Cállate y vete de aquí! Ella no le hacía caso a nadie. Todos los días se levantaba y se quedaba mirando el camino por donde volvería su hijo. Cuando anochecía, entraba en la casa, se quejaba y lloraba toda la noche, sin poder dormir.