Lamentaciones 4
Reina-Valera 1995
El castigo de Sión
4 ¡Cómo se ha ennegrecido el oro!
¡Cómo ha perdido el oro puro su brillo!
Las piedras del santuario están esparcidas por las encrucijadas de todas las calles.
2 Los hijos de Sión, preciados y estimados más que el oro puro,
¡son ahora como vasijas de barro, obra de manos de alfarero!
3 Aun los chacales dan las ubres para amamantar a sus cachorros,
pero la hija de mi pueblo es cruel como los avestruces del desierto.
4 De sed se le pega al niño de pecho la lengua al paladar;
los pequeñuelos piden pan, y no hay quien se lo dé.
5 Los que comían delicados manjares desfallecen por las calles;
los que se criaron entre púrpura se abrazan a los estercoleros.
6 Porque más fue la iniquidad de la hija de mi pueblo que el pecado de Sodoma,
que fue destruida en un instante, sin manos que se alzaran contra ella.
7 Sus nobles eran más puros que la nieve, más blancos que la leche;
más encendidos sus cuerpos que el coral, más hermoso su talle que el zafiro.
8 Oscuro más que la negrura es ahora su aspecto: no se les reconoce por las calles;
tienen la piel pegada a los huesos, seca como un palo.
9 Más dichosos fueron los muertos a espada que los muertos por el hambre,
porque estos murieron poco a poco por faltarles los frutos de la tierra.
10 Las manos de mujeres piadosas cocieron a sus hijos:
¡Sus propios hijos les sirvieron de comida en el día del desastre de la hija de mi pueblo!
11 Cumplió Jehová su enojo, derramó el ardor de su ira
y encendió en Sión un fuego que consumió hasta sus cimientos.
12 Nunca los reyes de la tierra ni ninguno de los habitantes del mundo
habrían creído que el enemigo y el adversario entraría por las puertas de Jerusalén.
13 Fue por causa de los pecados de sus profetas y las maldades de sus sacerdotes,
que derramaron en medio de ella la sangre de los justos.
14 Titubeaban por las calles como ciegos, contaminados con la sangre,
de modo que no pudieran tocar sus vestiduras.
15 «¡Apartaos! ¡Un inmundo!», les gritaban: «¡Apartaos, apartaos, no toquéis!»
Huyeron, fueron dispersados. Entonces se dijo entre las naciones:
«Nunca más morarán aquí.»
16 En su ira, Jehová los apartó y no los mirará más:
No respetaron la presencia de los sacerdotes ni tuvieron compasión de los viejos.
17 Nuestros ojos desfallecen esperando en vano nuestro socorro;
en nuestra esperanza aguardamos a una nación que no puede salvar.
18 Espiaban nuestros pasos para que no anduviéramos por las calles.
Se acercaba nuestro fin: se habían cumplido nuestros días y el fin había llegado.
19 Más ligeros eran nuestros perseguidores que las águilas del cielo;
sobre los montes nos persiguieron, en el desierto nos pusieron emboscadas.
20 El aliento de nuestras vidas, el ungido de Jehová,
de quien habíamos dicho: «A su sombra tendremos vida entre las naciones», quedó apresado en sus lazos.
21 ¡Goza y alégrate, hija de Edom, tú que habitas en tierra de Uz!,
porque también a ti te llegará esta copa y te embriagarás y vomitarás.
22 Ya está cumplido tu castigo, hija de Sión:
Nunca más hará él que te lleven cautiva.
Castigará él tu iniquidad, hija de Edom,
y descubrirá tus pecados.
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