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Al otro día, saliendo Pablo y los que con él estábamos, fuimos a Cesarea; entramos en casa de Felipe, el evangelista, que era uno de los siete, y nos hospedamos con él. Éste tenía cuatro hijas doncellas que profetizaban. 10 Mientras nosotros permanecíamos allí algunos días, descendió de Judea un profeta llamado Agabo, 11 quien, viniendo a vernos, tomó el cinto de Pablo, se ató los pies y las manos y dijo:

—Esto dice el Espíritu Santo: “Así atarán los judíos en Jerusalén al hombre de quien es este cinto, y lo entregarán en manos de los gentiles.”

12 Al oír esto, le rogamos nosotros y los de aquel lugar que no subiera a Jerusalén. 13 Pero Pablo respondió:

—¿Qué hacéis llorando y quebrantándome el corazón?, pues yo estoy dispuesto no sólo a ser atado, sino también a morir en Jerusalén por el nombre del Señor Jesús.

14 Como no lo pudimos persuadir, desistimos, diciendo:

—Hágase la voluntad del Señor.

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